miércoles, 27 de noviembre de 2019

Lourdes Batista en el rito y el hito de la desnudez

Por Leopoldo Minaya
Luego de haber publicado años atrás un libro desafiante y subversivo (en el mejor sentido de la palabra), Lourdes Batista nos presenta en esta ocasión otro de igual cariz pero de mayor belleza y sublimidad, como corresponde a un espíritu que a sí mismo se supera y desborda: La mujer desnuda.
Mujer y desnudez… símbolos universales de belleza formal, fecundidad y proliferación; reunidas, como un solo ente: centro del mundo, substanciación de los mitos, motor de la Historia, sostén cardinal de epopeyas y leyendas.
Sin una mujer, y sin la posibilidad de yacer desnuda, no existirían hoy las gestas homéricas (una es ida agresiva por la mujer; otra, regreso desesperado hacia el centro de la desnudez); ni las cosmogonías, ni la virilidad de los dioses. El dios se instituye masculino adrede —intuimos— acaso para no perder la… tal vez de otra manera imposible… oportunidad de disfrutar el privilegio de acercamiento progresivo desde la otra orilla hacia el bello sexo, que seduce con la esotérica ojeada de la esfinge o aniquila con la fulminante descarga de los basiliscos.
Pero la mujer desnuda es también el alma de los hombres, que yace en las profundidades, o la recóndita conciencia, o la verdad descubierta de ropajes. Convencionalismos instituidos se empeñan en ocultarla. Un alma trascendente no es otra cosa más que Esencia, es decir: mujer desnuda, con lo que logra diferenciarse del común de las almas envueltas ya en brumas, en olas, en púrpuras, en harapos...
Desnudez y sinceridad corren parejas. Sinceridad y verdad corren parejas. Desnudez y verdad se igualan por el peso de la ley transitiva en la naturaleza. ¿Recordáis haber visto a Goethe apuntar hacia aquellas «verdades evidentes», término que en principio nos suena perogrullesco o al menos redundante? La «verdad evidente» nos rodea a todos, se planta ante nuestros rostros, aunque preferimos no verla… salvo cuando la alumbramos con el incisivo destello de las artes.
En la moderna poesía norteamericana hallamos el muestrario de la desnudez como vestimenta exterior tanto del artista como de la obra de arte, forma de comparecencia ante la ordinaria realidad de los hombres. Una lectura de los primeros versos del poeta norteamericano Theodore Roethke (ejemplos similares encontraremos en Robert Lowel o Silvia Plath) nos precisa la idea:

«My secrets cry aloud.
I have no need for tongue.
My heart keeps open house.
My doors are widely swung…»
…………………………………..
…………………………………
«My truths are all foreknown…
I´m naked to the bone,
With nakedness my shield.
Myself is what I wear…»

Vemos aquí cómo la desnudez es el escudo y la fuerza del artista. Sus secretos gritan con una intensidad tal que no necesitan de su sorda lengua. Los secretos solos se rebelan, revelados. Arte desnudo es arte trascendente -arte transparente-, porque todo el orbe mediocre y malicioso gira en torno a la ocultación de la Verdad, que es como decir: en pro de la mentira.
En la mentira nacemos, en la mentira vivimos, en la añagaza morimos, en este mundo ordinario que nos bebe.
La mentira es nuestra verdadera religión, nuestro viejo credo, nuestro sabroso pan de cada día, nuestra forma aceptada de organización social y política. El hombre y la mujer desnudos se rebelan contra toda forma de ocultamiento y falacia. Por eso:

«Soy esa mujer desnuda
por los sueños
de las olas y las plazas;
los mercados de Francia,
de Inglaterra y New York».

«Mujer-niña que juega y juega
con el humo y las cenizas
de una civilización de cínicos».

Preciso es por tanto remontarse a la mentira original, partir desde la mentira primera en la que florecen la pasión y la manzana. Como forma de destejerla, desenredarla, darle nueva forma y dimensión, dice Lourdes Batista:

«En el parque hay un árbol
del que caen manzanas…
la mujer desnuda las recoge
con sus manos doradas».

«Un hombre de pelo largo
toca un violín imaginario
que descansa en sus hombros.
La mujer a cambio le regala
una manzana».

«El vagabundo despierta de
su largo sueño y la mujer
le da la mitad de la manzana».

«Palomas cuchichean sobre
el loco que grita Szeretlek, (te amo, en idioma húngaro)
una ambulancia pasa por
la calle y grita Szerelem; (amor, en idioma húngaro)
las palomas vuelven a cuchichear
sobre el loco y curiosas
e intrigadas se preguntan qué pasó
con las semillas de la manzana».

«Los artistas llegan con sus bastidores
lienzos y pinceles
y dibujan las palomas que
comen semillas de manzanas».

«La niña toma la pintura y
pinta las manzanas».

…la reelaboración del mito pasa al través de experiencias y vivencias de la raza humana como sinfín de trascendentes sucesos nimios que construyen su situación. El hombre, el ser, en su viaje de siglos… girando en torno a indistintos árboles, parejas ramas, e iguales plazas, materializa el gesto de la universal comunión. En este largo poema que da título al poemario, Lourdes Batista recrea el mundo con hábiles pinceladas para reencontrarse y encontrar a sus semejantes, que —dispersos— son la sola fibra de la unicidad en la bifurcación. El hallazgo no podría ser más halagador, siendo empero… no menos fatal:
«Somos Dios, diosas y diablos».
Preciso es resaltar la evolución del estilo literario de Lourdes Batista, que adopta ahora un aire sutil y delicado, con tendencias al tono menor y a la expresión memoriosa. El poema se va forjando con enunciaciones, ensoñaciones y descripciones que inundan tela y bastidor de color, gracia y elegancia. Lourdes alcanza en La mujer desnuda la expresión de lo inefable, de lo trastocado, de la individualidad que se encamina a la Totalidad.
El poema cardinal se complementa con otros de más corta extensión. No alcanzan a diferenciarse en cuanto a belleza formal e intensidad comunicativa. Medular como el discurso inicial es el poema titulado «Los suicidas me persiguen», en que la autora persiste en el tono desafiante ante la recta resultante de la sumatoria de sueños y realidades. El lenguaje rebota como balón de acíbar en saltos saturados de nostalgias y simbologías frente a la catarata nupcial de los abismos. En «Navegante 327» no se podría pedir mejor uso del símbolo como resorte fabulador de hazañas y odiseas, lo mismo que en «Paraguas grises» y «Palabras de agua». Cada uno de estos poemas es una palmada al corazón.
Saludamos con beneplácito este nuevo vástago del numen creador de la poeta Lourdes Batista, y os lo presentamos como muestra de su ingenio y la brillantez de su vocación. Apenas su segundo libro de poemas, y ya encuentra un estilo personal en que se asientan la madurez y la voz enriquecida con acentos singularísimos. Ha logrado asimilar los influjos favorables de sus mejores lecturas y el restallar de las vivencias... La mujer desnuda es el canto venturoso de un alma que enarbola la bandera franca de la libertad entre las ataduras del sino, y una mirada vital hacia la Verdad con que se desatan los altos caballos de la Redención.

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