lunes, 9 de septiembre de 2019

La voz del ángel

   A don Rodolfo Coiscou Weber, Nikolay Petrovich, R. M. Rilke y Rafael Arberti, oteadores de ángeles.


Por Leopoldo Minaya


Entonces habló el ángel
(y miré
y me vi
y me vi hombre
y sentí lástima de mí):

     «Dios es uno,
     Dios es múltiple;
     Dios es el Uno Múltiple;
     Él comprende y envuelve
     cada expansión».

E inquirí,
y se me dijo: «Aguarda;
aromatiza el incienso; adhiere la pez rubia».


Entonces habló el ángel
(y miré
y me vi
y me vi hombre
y sentí vergüenza de mí mismo
e intenté taparme
con mi capa):

     «El Uno es la dualidad
     espaciotemporal,
     el haz y el envés
    —concreción y abstracción—,
     y las tres dimensiones presenciales,
     y la cuarta dimensión y el resto
     de las dimensiones».

(Y elevé hasta Dios mi súplica como quien sopla el pífano,
como quien tensa un arco para impulsar la flecha.)


Entonces habló el ángel
(y miré
y me vi
y me vi hombre
y como un reptil
quise arrastrarme entre las peñas):

     «Dios es el círculo sin bordes,
     lo lleno y lo vacío,
     fragmentada entereza de conjunto;
     Él es la curva y la recta,
     el punto y la suma infinita
    de los infinitos puntos…»


E inquirí nueva vez
y fuéronme mostrados los rostros de la Tierra,
y vi desde un ábside los rostros de la Tierra,
y vi miedo y pavor en los rostros de la Tierra;
y vi las cimas rocosas y el ademán de las cascadas,
los lagos urentes y elusivos,
las masas de agua y las gélidas regiones…
y las templadas regiones y las secas regiones
entre pirámides de aristas y repechos
donde el Sol pega como una serpiente
y la serpiente pega como un látigo;
y oí el aullido del lobo de la noche,
mientras bullía el boato especular del día…

¡He aquí la Tierra como punto entre infinitos puntos
dispuesta a abrirme sus puntos interiores…
desde el escalón de las islas hasta el tanteo glaciar
y el canto endoselado de las perpetuas nieves…!

¡Ay de mí si cayese de tan alto,
ay de mí si una potencia no me sostuviera!

Y vi las oleadas humanas posarse en desorden
en el bancal de los evos,
atrayéndose y repeliéndose, atrayéndose y repeliéndose,
atrayéndose y repeliéndose;
y vi las coronas y cetros de los hombres,
sus «honores» y «glorias», «galardones» y «triunfos»:
anillos y guirnaldas
y mitras y mandos y blasones;
y vi la testa erguida y la acuciante doblez,
la voracidad del instinto y el apetito insaciable,
la garra y la iniquidad,
la estulticia y la frivolidad,
la sandez y la vanidad,
y he dicho: «¿Y cuál es ese monstruo que serpentea
y al colear se flagela y se destruye a sí mismo,
ese que mortifica 
su sangre a latigazos?»

Y vi los astros en rotación,
el balanceo nodal de las esferas,
moviéndome sin peso ni gravedad,
con movimientos rítmicos, veloces o pausados,
o apoyándome en un recodo de la inmensidad abierta,
y dije: «¡Tanta magnificencia y tanta prodigalidad
para tanta ruina moral entre nosotros!
¡Tanta perfección y tanta pulcritud
para que viva yo tan lleno de pecados!
¡Tanta luz y tanta claridad
para que escojamos vivir en las tinieblas!»

¡Ah, pobre humanidad de pugilatos y luchas miserables!

Y dije: «Mira esta estrella que está aquí
-como roca endulzada-  ante mis ojos:
seguramente no sabe que está aquí,
expuesta al chorreo de miríadas de siglos,
fluyendo entre las cosas que no han sido nombradas…»

Y he dicho:
«¡Oh, Señor, aléjame de la indolente multitud y de su vicios,
de sus costumbres bárbaras,
de su insaciable deseo de "honores" y "grandezas";
aléjame de todo lo horroroso ante tus ojos,
del pecado y de la maldad, de la astucia y del fingimiento,
de la impudicia y de la avaricia…!
¡No sea yo para ti motivo de vergüenza,
inconformidad o enojo…
porque grande es la desgracia de quien te siente Ausente,
privándose de la Absoluta y Eternal Inmanencia!»

Entonces me habló el ángel,
y oí,
y sus palabras cerraron el abismo:

      «¡Ejercítate en la piedad,
     mírate y mira a los hombres
     con compasión
     porque es irrecusable el dicterio de los símbolos,
     porque la bondad y la maldad son las galgas de medir,
     y porque no hay nada sobre los cielos
     ni bajo el tapiz de los cielos
     que se iguale a la Misericordia!»