Por Leopoldo Minaya
Pretender daros a conocer la figura y la obra del eminente poeta, narrador, ensayista, dramaturgo, filósofo y crítico literario don Juan José Jiménez Sabater (León David) constituye una ingenuidad en la que por nada del mundo osaría incurrir. Por un lado, el público que regularmente concurre a los salones de esta Fundación Corripio está constituido regularmente por personas de letras y de pensamiento (o inclinadas a tales frutos del espíritu), entendidas, vigorosas en el razonar y en el decir, la mayoría de las veces con trayectorias individuales acreditadas suficientemente en el panorama de la cultura nacional. Por otro lado, la estatura intelectual y el porte humanístico del personaje y de la obra que me tocan introducir son tan altos, copiosos y destacados… que al extender los brazos ante ustedes con el ofrecimiento no haría, ¨pobre goliardo¨ (como diría Marcel Schwob), sino revertir la frase proverbial de facturación española en la que desde ahora el bosque no dejaría ver el árbol.
Gracias a la Providencia, que no abandona, existen recursos… Y entre los de mejor valía y disponibilidad que podemos hallar en nuestra esplendente lengua castellana están los poco apreciados lugares comunes que, sin embargo, usados con pulsante sinceridad, respaldando con verdad palabra por palabra, y frase exacta con equivalente emoción, se convierten –acaso parafrasee ahora a Paul Henry Lang- en puridades prístinas de inmanente originalidad y discreción. Por eso me atrevo a deciros, sinceramente, que constituye para nosotros motivo de satisfacción y regocijo introducir ante ustedes este tomo VI de las Obras completas de León David, en que el autor se aboca a la consideración y valoración de escritores dominicanos de hogaño y antaño, cada quien preciado verazmente en sus justas dimensiones, como corresponde a un crítico del talante moral y la estatura intelectual del autor de Diotima, Cálamo currente y Al correr de la pluma.
En adición a la icónica imagen de portada estampada por la fina pluma de María Aybar, agraciada artista de los trazos, en que puede verse al poeta y crítico esmeradamente retratado, en compostura introspectiva, meditabunda, desenfadada, sumido en los vórtices de la emoción estética o de la cavilación filosófica, dos partes unidas pero separadas componen la obra. Dos partes, digo. Pedro Henríquez Ureña, Federico García Godoy, Tulio Manuel Cestero, Juan Bosch, Juan Isidro Jimenes Gullón, Franklin Mieses Burgos, Pedro Mir, Manuel del Cabral, Antonio Fernández Spencer, Aída Cartagena, Freddy Gatón Arce, Abigaíl Mejía y Joaquín Balaguer; sus producciones artísticas o intelectuales, son abordadas y estudiadas por nuestro esclarecido glosador tipificándolos como clásicos de la literatura nacional. La excelencia de sus escritos, sus recias personalidades literarias, la vigencia en el tiempo de sus obras… exigen tal clasificación. Iván García Guerra, Higinio Báez Ureña, Manuel Chapuseaux, María Aybar, Náyila Pichardo, José Rafael Lantigua, Bárbara Moreno, Miguel Ángel Fornerín, Carmen Comprés, Catana Pérez, Federico Henríquez Gratereaux y Carlos Esteban Deive, entre otros, se localizan compendiados en esa parte final de la publicación que el autor ha catalogado Los de ahora, un ¨ahora¨ corredizo que fundirá generaciones en los crisoles del tiempo y de la historia, piedras de toque subrepticias pero determinantes en la validez y autenticidad de las obras artísticas y el pensamiento de los hombres.
Este tomo VI es un escogido recorrido crítico por obras y ejecutores de obras no siempre de pareja nombradía en la letras dominicanas. Es esfuerzo intelectual dedicado a resaltar eminencias, esencialidades, carencias y debilidades en el acto creativo… al roce comprobatorio de parámetros instituidos en acervos valorativos que el opinante acredita como valederos y suficientes… por su derivación de un canon primordial ya decantado en el corpus imperecedero de la literatura universal: oficio crítico en su justa dimensión. Pero no deja de ser, a la vez, y más de una vez, crítica… y crítica de la crítica, en jerarquizada taxonomía. Nuestro autor privilegia el abordaje del objeto de arte desde consideraciones y aprestos que apunten a resaltar preeminentemente sus elementos literarios, de técnica artística, de estilo personal, de inmanencia formal. Se opone a quienes se afincan en factores y circunstancias de origen externo para con ellos, de manera en principio irrazonable, revelar el arte como tal. En el ensayo referido a la célebre trilogía de Federico García Godoy, asentándose en Alma dominicana, León David ondea los reclamos de aplicar análisis críticos que desnuden la razón esencial de la entidad artística: la forma, el despliegue monumental al que se insertan ideas y conceptos como piezas complementarias o coadyuvantes de un tapiz inmemorial… Los dictámenes, reiterados, coincidentes, conocidos, generalmente aceptados, en torno a la cristalización de la condición de producto de arte en Alma dominicana por acción y efecto de, verbigracia, sentimientos patrióticos y fervores nacionalistas del medio o del autor, o por su expresión como radiografía ideal de una época determinada –se convence León- no bastan para determinar el peso real específico de la obra, que debe buscarse en la ponderación de su urdimbre de significantes, estructurales elementos de sustentación de un discurso con substancia propia que tiende a mofarse galanamente de las caducidades.
«La crítica» –expresa textualmente León David-, «…ha de poner el acento, primero que nada, en sus atributos formales, luego en las referencias extraliterarias a que estos nos remiten; han de privilegiar en todo instante el lado expresivo de la escritura, después el universo de ideas que el discurso insinúa o proclama; primeramente ha de resaltar las particularidades de un tono existencial inconfundible, de unos procedimientos retóricos personales, de un tejido simbólico a cuyo sortilegio nos rendimos, y solo habiendo cumplido a plenitud semejante faena puede, posteriormente, permitirse fisgonear el contexto político, filosófico, histórico y social al que de modo más o menos directo apunta la creación…» (fin de la cita). Gozoso es constatar que tales reclamos se revelan cumplidos en su personal escritura, donde la forma se entreteje galante con el caudal de hondos razonamientos e incisivas ideas; todo… expresado en un lenguaje hermoso, vigoroso, elegante, penetrante y profundo. Estas cualidades magnifican su labor. Pero no debe agotarse el oficio de la crítica tan solo en la ponderación y valoración de lo creado por los demás —inquiriendo, desempolvando prejuicios o ideologías, enfocando elementos históricos o epistemológicos, describiendo en la medida de lo posible aciertos y errores, achicando y extendiendo la vara de medir— , la excelencia demanda una coronación: la crítica consumada que nos muestra León David, sin que lo haya dicho, tal vez por su convencimiento de que no resultaría elegante la autovaloración, es la del comentarista y exégeta que al justipreciar y estatuir con sinceridad, sin apartarse de las exactas impresiones que le provocan las obras de arte, crea a su vez también obra de arte con vida independiente y de forma paralela por la excelencia del planteamiento formal, por el brillo de las expresiones y el calado de los conceptos. Oportuna y provechosa para él, aunque no indispensable, es su condición de artista verdadero por cuenta propia. Naturalmente, toda crítica o comentario tiene un carácter referencial, ¡ni siquiera pretender que no sea de tal manera!, pues necesita tomar de obras y hechos originarios los elementos y acciones sobre los que se emitirán juicios y escolios, pero el resultado final en el mejor de los casos será necesariamente una obra o conclusión en la que el crítico o el comentarista despliegue a la postre su condición de artista, plasme las emociones y opiniones en tono armónico y acabado, verdadero y valedero, aún cuando los juicios generales se nos antojen inconclusos por la naturaleza propia de las especulaciones, que nacen siempre estampadas con el sello inherente de lo rebatible.
Como ejemplo de lo que acabamos de enunciar en el párrafo anterior, de la irreductible belleza en la elocución a que se traduce el ensayístico estilo davidiano, del pulimento esmerado a que somete la frase para dar sensación de certidumbre y plenitud a las ideas expresadas –acaso no sea lo bueno yuxtaposición espaciotemporal de lo bello y lo verdadero en la que, por la fuerza aglutinante del vínculo, lo bello se revela forzosamente verdadero… y lo verdadero se hace bello por la magnificencia de su autoridad—; para dar fe y constancia de tales atributos, de la pulida frase elocuente, he elegido los renglones finales con que el comentarista pone fin a las acotaciones que le causaron la iniciativa del Archivo General de la Nación de poner nuevamente en circulación dos importantes libros agotados (es decir, no disponibles en las estanterías) de la más esmerada bibliografía nacional. Dice León en este caso: ¨Léanse, medítense, estúdiense… Fueron escritos con entereza de corazón y claridad de juicio. Y fueron escritos por un dominicano que, consciente de su propia grandeza, sabía —cómo no iba a saberlo— que al morir conquistaría la gloria suprema reservada a los grandes, la de soportar el doble peso de la losa y de la indiferencia¨. Frase sentenciosa, proverbial, lapidaria, trabajada, que delata el poder arrollador de la palabra una vez colocada por la mano maestra en su justo lugar y en su preciso tiempo.
En todo caso, saludable el oficio crítico de León David sobre las obras, e igualmente saludable su quehacer crítico sobre la crítica. Esos especialistas a los que solemos llamar «críticos» son lectores entendidos, generalmente de muy amplia cultura y acrisolado gusto, que intentan posicionar en su justo lugar las creaciones del espíritu, ayudando de paso al lector menos avezado a desmadejar la maraña creada por el interés individual, la complacencia de grupos, la ubicuidad propagandística y la facilidad de las vías de comunicación de masas, hoy felizmente pero lamentablemente al alcance de todos. Ellos, los críticos, agregan peso, respaldo y credibilidad a la obra substancial. Por lo mismo, saludable las iniciativas de confrontación de opiniones, procedimientos, dictámenes críticos, en pro del florecer de la cultura y las ideas, confrontación que no implica de manera alguna sometimiento o avasallamiento, más bien diálogo civilizado que redunda, como hemos dicho, en provecho del desarrollo y posicionamiento de la mejor literatura nacional.
Recorriendo con fugaces saltos la obra hoy objeto de presentación -el lector vivaz necesitará mucho más que una protocolar presentación-, en el tomo VI de las Obras Completas de León David se distinguirá el estilo de excepción del maestro Pedro Henríquez Ureña, que el comentarista define como «medular»; su carácter clásico…, «Clasicismo de la más alta estirpe….¨ –apunta León- ¨de cuyas bondades propedéuticas ninguna sociedad culta sabría dispensarse»; de Tulio Manuel Cestero, León David discurre sobre el posicionamiento cardinal de su novela La sangre dentro de su propia obra y entre las obras de sus coetáneos tanto connacionales como extranjeros; de Juan Bosch, su consabido rigor creativo y la excelencia de su cálamo; de Juan Isidro Jimenes Grullón, la asombrosa actualidad de sus escritos sociológicos y políticos más de siete décadas después de su publicación, actualidad permanente que logra definir la obra meritoria, alejada de las medianías; de Franklin Mieses Burgos su hálito de perfección: «Si el aedo…. hubiera visto la luz en alguna urbe continental menos reacia a los estímulos del pensamiento y a la cosecha de las frondosas espigas de la cultura –dice León-, de seguro que el nombre de Franklin Mieses Burgos estaría hoy en boca de cualquier hombre medianamente instruido del planeta, como ocurre con figuras del relieve opimo de un Pablo Neruda, de un César Vallejo o un Jorge Luis Borges»; de Pedro Mir y Manuel del Cabral, sus respectivas maestrías técnicas y la trascendencia de dos obras que apoyan sus puntales en recursos formales, abrazando de paso el anhelo de la redención de la raza humana, y del segundo su aliento recóndito proveniente de un temporal metafísico; dice León de Antonio Fernández Spencer: «Así nos habla el hombre fundamental; así dialoga con nosotros el que de tanto bucear en sus propios abismos encontró el camino por donde retornar, renovado, a la sencillez fecunda de la vida»; y de Freddy Gatón Arce, un maestro de generaciones: «…un hombre para quien la palabra es lugar privilegiado de encuentro con el engaño en que se resume nuestra existencia»; de Joaquín Balaguer resalta su condición de crítico literario por excelencia, cualidad colocada en esta opinión por encima de sus demás inclinaciones (poesía, historiografía, etc.), en el mundo de las letras y las artes.
Estos fueron –son, quiero decir-, grosso modo, los clásicos, nuestras establecidas autoridades, nuestros mayores en nuestra genealogía cultural.
Entre Los de ahora, sin pretender abarcar la totalidad, destaca León David la excelencia del acometimiento crítico de Nelson Julio Minaya, adhiriéndose a la ya famosa cuanto debatida tesis de este último referida a que Franklin Mieses pudo ser eventualmente maestro de Jorge Luis Borges, divisando que el primero habría hecho despertar al segundo de un letargo silenciario de décadas, exponiendo León las razones por las que se adhiere a tan arriesgada teoría; de Iván García Guerra, el crítico subraya la excelsitud de su prosa, «decantada de desorden e impureza»; de Higinio Báez Ureña, el notable empeño de preservar el aspecto social del canto, a caballo firme sobre la presentación cuidada de la forma; de la literatura de ficción de Manuel Chapuseaux nos dice: «…tan límpido y directo el estilo que su lectura se nos hace corta».
Sobre María Aybar, en su faceta de escritora, acentúa León… «esa dimensión de hechizo, de encantamiento, esa atmósfera mágica que la autora logra materializar»; de Náyila Pichardo: «… el auspicioso desarrollo de un espíritu de formidable y singular talento narrativo»; de José Rafael Lantigua: «…bella y levantada poesía de la que sería ingratitud y agravio prescindir».
Con relación a la escritora Bárbara Moreno, León David vislumbra un «…lenguaje evocador que jamás rinde tributo al Moloch de la vulgaridad»; de Miguel Ángel Fornerín, sentencia: «Reciedumbre, seguridad, acuidad dialéctica, he aquí algunas de las notas distintivas de un estilo de cavilación que cumple a plenitud los requerimientos harto comprometedores del ensayo»; en Carmen Comprés encuentra: «… un despojamiento verbal y un sentido de la síntesis muy poco frecuentes en los parajes, por lo demás demasiado gárrulos cuando no ampulosos, de las artes poéticas de nuestro país»; halla en Carlos Esteban Deive: «…Prosa condimentada, llena de sabor que paladeamos cual si fuera delicado manjar»; de Catana Pérez resalta su capacidad de ¨unir a la claridad expositiva el primor de un estilo de encantadora fluidez y sencillo donaire¨; y a propósito de la oratoria de Federico Henríquez Gratereaux pronuncia la verdad siguiente: «uno de los más señeros intelectuales de que pueda nuestra nación ufanarse».
Es este, en fin, el tomo VI de las Obras completas de León David, que se suma a los cinco tomos anteriores en los que el autor va compilando su copiosa labor intelectual para uso de la posteridad. Los hombres pasan, y hasta las obras pasan, pero hay hombres y obras que quedan permanentemente en la memoria de los otros, en la memoria de Nosotros, porque se impulsan con la cuadriga del espíritu, el esfuerzo, el genio y la inteligencia; de Nosotros… pueblo y suma de generaciones, productos del designio o del planeado azar, pobladores de un mundo misterioso que refleja y nos empapa del aura inaugural de la divina inteligencia.
Leopoldo Minaya
Santo Domingo, 3 de abril de 2019.
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