Por Leopoldo Minaya
Para
los distinguidos miembros del Ateneo Insular
en la persona de don Luis Quezada, con
afecto.
El magisterio intelectual de don Bruno Rosario Candelier sostiene su marcha edificante con la reciente
publicación de la colección de ensayos titulada El lenguaje de la creación,
rótulo que cohesiona una enérgica labor desplegada en triple
vertiente: la reflexión teórica que
indaga en las profundidades de la cognición, el estudio literario en que la
especulación intuitiva o racional asume rol de piedra de toque que no excluye
su propia valoración, y una conversación abierta al mundo en la que el mundo construye a
fuerza de cotidianidad la vivencia de la lengua, experiencia vital esta última
que juega a revestir en este libro ya forma dialógica —epistolar o
conversacional— o francamente enunciativa.
Este magisterio
intelectual o, igualmente, este sacerdocio magisterial de luengas décadas y
variadas disciplinas de don Bruno Rosario Candelier —de la crítica a la
filología, del ensayo a la narración, de
la didáctica a la promoción cultural, de la orientación estilística a la
creación de escuela de pensamiento y expresión— ha dejado y deja todavía trazas
imborrables en el orbe iberoamericano en el que discurre su influyente
personalidad con una inspiración humanística de acendradas aposturas
universales. La marcha que iniciara en 1967 con la fundación de un grupo
literario en la ciudad de Santiago, y continuara en 1975 con la publicación de La poesía de Emilio García Godoy como
texto de evaluación, ha ido acrecentándose con la entrega de
sustanciosas obras entre las que cabe destacar: Lo popular y lo culto en la poesía dominicana, Ensayos críticos, La
imaginación insular, La creación
mitopoética, Ensayos lingüísticos,
Poética interior, El ideal interior…, como muestrario
apenas inicial de una corriente vigorosa de apariencia inagotable que con
caudal expresivo empapado de hondura conceptual y belleza formal desemboca en
2019 en la publicación de El lenguaje de
la creación, volumen que ahora nos ocupa.
El autor, por su
condición de lingüista y cultor literario —indagador de la certidumbre y el arcano del idioma—, por exigencia del
análisis especializado, y por escogencia
de la modalidad del ensayo sobre la del tratado; prioriza en El lenguaje…, el estudio y la ejecución
de aquella creación en que interviene un discurso léxico frente a otras formas
de creación no lingüísticas (danza, música, escultura, pintura, arquitectura,
ciertos modos de realización teatral…) que cuentan también con lenguajes
particulares de creación fuera del determinado campo de la lingüística pero
dentro de las lindes de la semiología, aunque sin excluirlas plenamente, antes
bien ejemplificándolas cuando en los escritos resulte necesario.
Como vemos, el leitmotiv o referente esencial en esta
obra es la creación en la Palabra, el lenguaje en función de lengua, la lengua
en atribuciones de lenguaje, ese tramo en que los conceptos de lenguaje y
lengua se fusionan para apuntalar el ejercicio hacedor humano y… sobrehumano: las crónicas judeocristianas fincan
la substanciación del mundo en unas cuantas palabras vertidas por ensalmo:
«Dijo Dios: “Haya luz” y hubo luz»; «Dios llamó a la luz “Día” y a las
tinieblas “Noche”»[i]. En la tradición mítica de los mayas, inscrito en el Popol Vuh, se lee desenfadadamente:
«Llegó aquí entonces la palabra»[ii]…
Estos fueron trabajos providenciales;
los hombres — ¿más modestos?— creaban a su vez leyendas y epopeyas en las que
no pocas veces erigían a las propias deidades.
Al discurrir sobre la lectura, primeramente
tiéndese a ponderar las dotes de ensayista de nuestro autor; es como decir: sus
dotes de pensador, de estilista y de juzgador.
Una actividad asumida con ardor entrañable y con verdadera pasión por el
vocablo y el concepto nos revela una voluntad al servicio de los altos valores
del espíritu, del intelecto y de la fraternidad humanos. El autor consigue
transmitir en cada caso la fruición que el ideal genera en los adentros de su
individualidad, amplificándolo cual si se tratase de caja de resonancia. Ideal de belleza y perfección formal que
pretende la Verdad, prístina e impoluta, como corolario sustantivo... Para esto exhibe un bagaje cultural,
intelectual y artístico decididamente sin parangón en las letras nacionales en
cuanto resume un saber milenario que se organiza en los entronques de permeables
presupuestos filosóficos y se abre a expectativas multívocas que rebasan los
límites de la tirante racionalidad.
…Con la creación del lenguaje, en algún momento de su sinuosa
evolución (tal vez por razones de
sobrevivencia, como se aduce desde finales del siglo XVIII)[iii],
la humanidad ha podido, con cualificada legitimidad, reclamar rodaja de
participación en el lenguaje de la creación, ese reino del logos esencial que
materializa la idealidad figurada… y que vuelca en la realidad objetiva las íntimas
certidumbres del ente generador. Dicho
como para subrayar, el ser humano se apodera con propiedad del lenguaje de la
creación en el instante en que emplea conciencia y capacidad cognitiva en la
confección de un sistema de información que le permita organizar lógicamente el
mundo adyacente y luego, peldaño tras peldaño, compendiar mundos nuevos de
representación sígnica y simbólica al través de la reflexión, la intuición, el
razonamiento, la imaginación, la inspiración, la abstracción… Si bien la substanciación
de la lengua es acto cardinal de creación, la manipulación de la misma es
propiciadora de una creación sobre la creación, formulación de taxonomía avanzada
que podría develar otra creación aún más trascendente y a todas luces superior. En el apuntalamiento y estímulo de esta forma
última de creación en que puede el hombre enaltecer su condición natural se
encuentran las razones que espolean el trabajo intelectual de don Bruno Rosario
Candelier y, consecuentemente, la publicación de una obra como El lenguaje de la creación, donde se
manifiesta la característica ejemplar o modélica con que deja el maestro plasmadas
sus enseñanzas.
Don Bruno preconiza el conocimiento y el
dominio acabado de la lengua como punto de partida para una creación revestida
de singularidad, que deberá exhibir dos atributos fundamentales: belleza
expositiva y sustantividad de significado, correspondientes a dos aspectos
primarios de la obra de arte o de pensamiento: forma y fondo. En redonda
lógica, no puede ser de otra manera. El
razonamiento enjundioso y el juicio más acertado carecerán del impacto
necesario para convencernos a cabalidad —de entrada, al menos— cuando se hallen
reducidos en eficacia por la circunstancia de una deficiente y cojeante
exposición. De manera inversa, los más primorosos aderezos formales parecerán a
nuestros oídos pomposas vaciedades cuando se haya descuidado la carga
conceptual. Un equilibro de cúspide en ambas instancias garantiza una creación
de orden trascendente, aquella que impacta indeleblemente en la sensibilidad de nuestros espíritus y
—superando al tiempo— en el flujo inagotable de las generaciones venideras.
Palpablemente, ese equilibrio entre aspecto
formal y peso conceptual (que demanda proporcionalidad directa en la obra
artística) puede sufrir alteraciones y hasta comportar proporcionalidad inversa
en la obra técnica o científica, por lo cual acierta don Bruno Rosario al
estatuir en El lenguaje de la creación
la diferencia entre ambos discursos recurriendo a la naturaleza de la fuente: «Nuestros
pensamientos se manifiestan en imágenes y conceptos, y pensar en imágenes o
pensar en conceptos va a pautar la diferencia entre el pensador y el artista.
El pensador reflexiona ante las cosas y, en tal virtud, hace filosofía, ciencia,
tratados, estudios y ensayos. El artista se impresiona ante las cosas y, en tal
virtud, escribe poesía, ficciones, compone creaciones pictóricas,
arquitectónicas o musicales. Lo que indica que existe una belleza del
pensamiento y una belleza de la forma, que el creador [concreta] en diferentes
artes según su inclinación sensorial, afectiva y espiritual»[iv].
Muchas y variadas son las preocupaciones del
autor en la obra: lingüísticas, didácticas, morales, filosóficas, ontológicas…
dispuestas en conjunto interrelacionado que señala como aguja imantada, al
experto como al apenas iniciado, la senda por donde habráse de ver la base
vivencial transformada en acto eminente de creación intelectual, espiritual o artística.
El tono predominante en El lenguaje de la creación es el del Maestro que maneja con
habilidad la materia tratada, dispensando el conocimiento directamente al
discípulo en ocasiones; a veces a un
maestro interpuesto para beneficio del acto de enseñanza... Correspondencia entre lo predicado y lo elaborado:
nuestro autor enseña, reclama y ejercita una escritura tensa (pero dúctil a la
vez, válida la paradoja) en la que los conceptos escogidos por su
reciedumbre se hilvanan bellamente y
armoniosamente, pero a la vez con corrección y propiedad, desenvoltura
particular de quien ha consagrado toda una vida al cultivo del arte literario y
al estudio de la lengua. «Propiedad» y
«Corrección» son entendidas por don Amado Alonso y don Pedro Henríquez Ureña de
manera unánime: la primera como «adecuación interna de la frase al pensamiento
que se ha querido expresar»; la segunda como «adecuación externa a las formas
admitidas socialmente como las mejores»[v].
He aquí la justificación de la insistencia
del autor de El lenguaje de la creación en el dominio de los que denomina «los
tres códigos de la lengua» (el vocabulario, la gramática, la ortografía); la
insistencia en el conocimiento de lo que designa «las tres perspectivas de la
palabra»: a) la vertiente formal… «que funda el encanto de la expresión en su
dimensión sonora y elocuente», b) la belleza conceptual… «que se funda en el
sentido de fenómenos y cosas», y c) la dimensión trascendente… «que alude a la
energía interior que los vocablos sugieren en virtud de su relación con el
trasfondo de las cosas y los fenómenos de la conciencia», todo dicho en sus
ajustadas palabras; y, por último, la insistencia en la observación de
decálogos de fondo y de contenido para que se mantenga la debida orientación en
cada singladura del lance escritural.
Estas recomendaciones las hace de manera reiterada, señal del propósito
marcadamente pedagógico de sus disertaciones, porque todo aprendizaje implica y
demanda, por esencia, al par de la imitación,
la gimnasia necesaria e implícita
en la acción de repetición.
¿Imitación hemos dicho? «Imitación» parece
ser palabra prohibida dentro de los criterios modernos que glorifican una
originalidad a ultranza. Imitación es vocablo contrapuesto a creación: mimesis
frente a poiesis, por tanto, cada
estudio u opinión sobre el fenómeno de la creación tiende a suscitar en
nosotros una reflexión paralela sobre el hecho de la imitación, porque de
manera irracional todo lo antitético nace unido por naturaleza. Pero, en la especie, entre creación e
imitación ¿cuál es la regla y cuál resulta la excepción? Platón y Aristóteles, con discordantes precisiones,
consideraban el arte… o como imitación de una Forma esencial o como imitación de
la naturaleza, enfatizando el último de ellos la primacía de conjunto de lo que
se crea a partir de lo imitado. Miguel de Unamuno, en su conferencia de Málaga,
el 22 de agosto de 1906, se inclina por la irreverencia: «En el orden de la
literatura, los espíritus que pasan por más originales han sido los mayores
plagiarios»[vi].
Reflexionamos: difícilmente podamos jactarnos de puridad creativa en nuestras
realizaciones, porque somos seres miméticos por naturaleza y creadores por
excepción. Verbigracia, los autores que cuentan con la palabra como materia
prima tienen en sus manos un recurso de todos, de la colectividad, aprendido
por imitación en sus tonos, matices, significaciones, convencionalismos, arbitrariedades:
los dramaturgos copian escenas y diálogos reales o verosímiles; poetas y
narradores calcan pautas rítmicas y estructuras preestablecidas en la
morfología de la lengua…
Piaget teorizó sobre las consabidas
imitación y repetición en la adquisición de conocimientos, asociando tales
prácticas a una inteligencia «sensomotora» en el individuo. Tal forma de aprendizaje,
tal «saber hacer asimilado» se traslada a la producción de la obra de arte o de
pensamiento como sustentáculo, de forma tal que a la postre lo que llamamos
desembarazadamente «nuestra creación», sin ningún tipo de reparos, es en verdad
una combinación proporcionada de imitación (que es un desprendimiento de la
colectividad y de la naturaleza) e individualidad (que es un desprendimiento de
la manera única en que cada ente reacciona y hunde sus raíces en la realidad y
en los misterios del mundo, en sus territorios explorados e inexplorados).
Así, se nos antoja una distinción entre
creación en sentido lato, es decir, la obra terminada en la que lo propio y lo
colectivo se sincretizan en proporcionalidad variable; y la creación en sentido
estricto, vale decir: la parte original que podría segregarse de la obra
realizada tipificándose como sustrato distintivo aportado por la inventiva
individual.
Dada una u otra circunstancia, al enfatizar
en la «intuición del sentido», El lenguaje de la creación encarece el ingrediente individualizador en el acto creativo,
forma de enriquecer y balancear la mimesis que nos arropa de manera primigenia
en tanto seres humanos. Ante la general impersonalidad, lo propio es sustancia
salvadora, resultante de experiencias que imprimen sello único al objeto creado, vivencias inéditas provocadas por nuestra singular
sensibilidad. Tal forma de enriquecedora
originalidad se desprende, repetimos, de
la manera en que como individuos
reaccionamos ante lo conocido y lo desconocido. La prédica candelierista dispensa esta verdad dividiendo
los sentidos del hombre en «exteriores» e «interiores», siendo los exteriores o
corporales las facultades ordinarias, por lo general comunes a todos, que nos
permiten aprehender la realidad «real» (el sonido, la imagen, la temperatura,
lo duro o lo blando, la emanación de la materia y la substancia), y los
interiores (entre ellos, ampliándose, marcadamente: la intuición, la memoria, la imaginación, la inspiración,
el sentido cogitativo y el afectivo), que facilitan nuestra interconexión con
una ultrarrealidad no mostrable a los sentidos ordinarios; que nos nutren de experiencias situadas más
allá de las fronteras meramente físicas; que conectan lo ya revelado a lo no
revelado del cosmos, viabilizando percepciones inéditas que podrían remontarnos
a estados de elevación espiritual o de supraconsciencia. La intuición, a nuestro ver, es el sentido que ausculta el Sentido de la
conciencia cósmica, ya desde nuestra perspectiva individual, ya hacia ella
(nótese que no hay redundancia alguna en el intento de definición: el primer
“sentido” entendido como capacidad de captación; el segundo, destacado con
mayúscula, entendido como finalidad o razón de ser de una entidad, lo que
predetermina su movimiento); por eso el rol de primer orden tanto de la
intuición, de la memoria y de la imaginación sensible en la aventura creativa
como generadora de «originalidad», entendida esta no como ordinario cambio de
praxis, o de estado regular, o boga, o modalidad, sino como reacción privativa
e íntima del ser al rozar contra la Totalidad de la que forma parte en
materialidad, esencialidad o irradiación.
Los estudios literarios presentados en El lenguaje de la creación corresponden
a autores dominicanos, con las excepciones del genio nicaragüense Rubén Darío
—que recibe doble atención— y el
filósofo hondureño Segisfredo infante. Cada uno de los estudios ameritaría
atención particular, pero habremos de detenernos en esta ocasión en al menos
tres de ellos y en las percepciones cardinales que los apoyan…
Harto difícil resultaría encontrar otra
ponderación tan valiosa y detallada de la labor
de nuestra más encumbrada poetisa, expresada además con igual gracejo y
erudición; labor literaria que escolia don Bruno Rosario Candelier en las tres
connaturales facetas de su personaje: como madre, como poeta, como
educadora. En la primera de ellas logra
ciertamente nuestra Salomé Ureña levantar una respetada familia de intelectuales
dominicanos: sus hijos Max, Camila y Pedro son referentes obligados en las
letras y en la educación de estas latitudes. Educadora y poeta, puso al
servicio del anhelo de realización de la patria tamañas capacidades. Y enfatiza
don Bruno: «Su motivación fundamental fue el desarrollo material y espiritual
de su país, y se valió del magisterio y la poesía para sembrar esa inquietud
trascendente e inyectar el aliento de su acción transformadora»[vii]. El espíritu del escoliasta vibra en sintonía
con las aspiraciones de realización social de la poeta estudiada, forma de
manifestarle a la distancia devoción
admirativa por el caudal magnificente que alcanza recibir y compartir a
plenitud… hasta que el rigor y la ecuanimidad privativos de su oficio crítico,
y su propia honradez personal, le dejan
ver en el poema «Mi ofrenda a la patria»
de la autora… «un doliente testimonio de una actitud angustiosa que denuncia la
indolencia de la clase dirigente y la discordia como trasfondo entre sus
compatriotas», entre otras apreciaciones de parecido jaez. En efecto, el magno canto a la patria que es
casi toda esta poesía, hermoso y grandilocuente, fue tobogán de prominentes
expectativas y hondas desesperanzas, fluctuación percibida con facilidad en el
entramado de sus mejores versos: esfuerzo sobrehumano por sostener el ideal de
esa suerte de utopía que parece solo alcanzar cristalización no mucho más allá
de los himnos y tonadas de cantores y poetas…
Pero, a nuestro juicio, ¡tal vez valga decirlo!, es precisamente la
ingenuidad el elemento salvador para la posteridad de la obra de Salomé (la capacidad de hundirse donde los otros se
alzan, y de erguirse donde los otros sucumben, cincela la excepcionalidad del
alma del poeta, que nace envuelta en una cápsula cristalina); la ingenuidad, la
candidez... y, en la especie, esa elaborada estilización neoclásica que evita
la conversión en libelo farragoso de un discurso vehemente, doliente, inspirado
y generoso.
En el primer ensayo dedicado a Darío en El
lenguaje de la creación, don Bruno Rosario Candelier sustenta la tesis de
que los grandes creadores, los «que han hecho una obra memorable con alta
significación espiritual y estética para todos los tiempos y culturas», han
podido elevarse a tales ámbitos gracias a lo que denomina «el impacto del dolor
en la conciencia». Don Bruno atribuye a experiencias traumáticas en la vida del
ser humano —vale decir: del artista, del poeta—, especialmente en la infancia,
época de formación, la capacidad de desarrollar aptitudes extraordinarias de
sintonía con el cosmos como resultado del especial moldeado mental resultante
de esas experiencias críticas. Apela a
la autobiografía del poeta modernista, extrae los hechos y circunstancias que
sirven para la sustentación de la teoría, confirma sus asertos por medio de
comparaciones y paralelismos, y a esto agrega, como elemento coadyuvante o
propiciatorio, la proclividad de ciertas
zonas del planeta a recibir y a permitir la circulación de efluvios estelares
de espiritualidad en forma de mensajes cósmicos, entre ellos Ávila en España y
la ciudad de León en Nicaragua. La tasación de estas importantes y novedosas
especulaciones hallarían tal vez como escollo o contrapartida la muy arraigada
creencia de que «el poeta nace, no se hace», refrendada por la expresión «poeta
nace, orador se hace», y la reticencia espontánea del poeta a considerarse a sí
y a la excelencia de su arte divino como meras consecuencias del albur y de la
fatalidad. Nos parece más bien que las conclusiones de don Bruno relativas a
este punto pueden coexistir con la vieja creencia de la excepcionalidad artística
como don innato. Personalmente hallo verdad en su teoría, puesto que un
acontecimiento trascendental, altamente impresionante y estremecedor en la vida
del artista positivamente puede originar un estado de vigilia permanente que lo
haga voltear la mirada y hacerse receptivo a las altas instancias del origen
del ser, su misión, su función, su destino y sus ultimidades. La evaluación individual bien puede hacerla
el lector mediante la lectura directa del ensayo de marras, intitulado «La irradiación estelar en la poesía de Rubén
Darío», porque pudiera uno estar de acuerdo o no con este u otro de los
planteamientos del Maestro, pero no podría evitar el quedar prendado por la
densidad y la solidez de sus
exposiciones; de lo que quiero realmente dejar constancia aquí: de la admirable
manera en que el autor maneja la técnica del ensayo literario, de la destreza
embriagante con que sostiene las argumentaciones, cincela la frase y amolda los
conceptos; y de la utilización de presupuestos investigativos tan poco
trillados en la crítica hispanoamericana, postulados enriquecidos por la
agudeza incisiva de la observación y la opinión
inteligentes de quien asume con efusión de rabdomante los misterios
fundacionales…
En el segundo ensayo con el genio de Darío como
centro en El lenguaje de la creación, el Maestro del Interiorismo replantea
la teoría del troquelado neuronal del artista de excepción por medio de hechos
traumáticos que suscitan un miedo terrífico (los había enumerado: «un suceso
estremecedor, un golpe en la cabeza, un contacto eléctrico, un rayo del cielo o
una dolencia patológica», y los reenumera incluyendo: nacimiento traumático,
dolencia nerviosa, un hecho en la infancia…, sin carácter limitativo);
episodios catastróficos o miedos terríficos que habilitan o perfeccionan la
capacidad del ser para conectarse a efluvios e irradiaciones cósmicas que
fomentan y refuerzan el impulso creador.
Este primer presupuesto —continuando con los postulados del autor— una
vez asociado a una visión o perspectiva metafísica en el creador, que deberá
auxiliarse además de un conglomerado de imágenes arquetípicas y de los sentidos
interiores o de la revelación, dará a luz la cabal expresión poética o la
locución trascendente, que se entiende conectada con lo divino (entidad
numinosa en todo caso, surtidora de la cósmica sabiduría) al través del
subconsciente y del inconsciente individual y colectivo. La construcción
teórica es brillante, compleja y altamente especulativa. El elemento nuevo con
respecto al ensayo inmediatamente anterior también referido al autor de Prosas profanas es la afirmación de la
existencia de un lenguaje privativo de la expresión poética, que la determina,
la cimenta y la conforma; un lenguaje o sistema de símbolos sin el cual no es
posible su concreción y materialización portentosa, que finca por sí mismo los
puntales sobre los cuales asientan los poetas la arquitectura verbal. Son esos
los arquetipos: ellos conforman el protoidioma de la poesía. Son los vocablos
básicos conectados a las más hondas apelaciones de la raza humana. Ellos
manifiestan el atavismo y suscitan la conmoción: sangre, aleteo, cuchillo, lengua, tierra,
viento, ceniza, polvo, mar, pira, ojo, frío, madera, vientre, esfera, fuerza,
alguien, nadie, vacío, soplo, piedra, redondez, filo, carne, verbo, noche,
grito, palabra, vocablo, abismo… etc. No creo que haya poeta auténtico que
pueda negar la jerarquía de estas misteriosas palabras, de estos denodados
símbolos que subyugan y atraen como fuerza centrípeta[viii]. Y para muestra, el estremecedor fragmento del
poema de Darío, que transcribe el comentarista y transcribo a continuación en
igual extensión y con pareja devoción (Augurios):
sobre mi cabeza,
lleva en sus alas
la tormenta,
lleva en sus garras
el rayo que deslumbra y aterra.
¡Oh, águila!
Dame la fortaleza
de sentirme en el lodo humano
con alas y fuerzas
para resistir los embates
de las tempestades perversas,
y de arriba las cóleras
y de abajo las roedoras miserias.
Pasó un búho
sobre mi frente.
Yo pensé en Minerva
y en la noche solemne.
¡Oh, búho!
Dame tu silencio perenne,
y tus ojos profundos en la noche
y tu tranquilidad ante la muerte.
Dame tu nocturno imperio
y tu sabiduría celeste,
y tu cabeza cual la de Jano
que, siendo una, mira a Oriente y Occidente…
del cual podemos desgajar los vocablos-símbolos
siguientes, no enumerados anteriormente: águila, cabeza, ala, tormenta, garra,
rayo, deslumbramiento, terror, fortaleza, lodo, tempestad, arriba, cólera,
miseria, búho, silencio, perennidad, muerte, imperio, sabiduría, Jano, Oriente,
Occidente…
No quiero terminar la ponderación de la obra
sin antes remachar una apreciación que tenderá tal vez adrede a restar gravedad
a mis endebles opiniones, haciéndolas consiguientemente más amenas y ordinarias.
Pero no por menos grave la valoración es menos verdadera. Veo en la
concomitancia entre la práctica y la prédica, y en el carácter modélico de la
instrucción dispensada por el Maestro, la aplicación de un lema vocacional: «Aquí
se enseña haciendo y se aprende trabajando», norma que asume consciente o
inconscientemente don Bruno Rosario Candelier como teórico, como progenitor y
mentor del interiorismo literario y, en su praxis magisterial, con la puesta en
funcionamiento de la importante estructura de creación artística y de
pensamiento que es el Ateneo Insular, uno y otro derivados de su esfuerzo y vocación infatigables.
Damos la enhorabuena a esta nueva
publicación. Hay en ella una sabiduría elocuente abierta hacia el infinito
dispuesta a ofrecerse a quienes se atrevan a atravesar sus páginas. Se suma a
las obras previamente enumeradas y a otras sin enumerar, de igual consistencia
y calado en la bibliografía del Interiorismo y de su progenitor. Don Bruno Rosario Candelier persiste, con su
altruismo característico, en la formación intelectual, espiritual, moral y
estética de sus semejantes y, entre ellos, de los dominicanos… Bello y
verdadero es su apostolado. ¡Cómo seduce la reciedumbre de su pensamiento y
cómo asombra la magnificencia de sus visiones de poeta!
Conciudadanos: es con hombres de su talante
y de su genio que se construye la patria verdadera…
NOTAS FINALES
[1] Biblia católica latinoamericana, Génesis, versículos 3 y 5.
[1] Popol vuh, Fondo de Cultura Económica, México, impresión de 1993.
[1] The Origin and Progress of Man and Language, James Bournett (lord Monboddo). Edición ampliada de 1784, J. Balfour,
Edinburgo,
[1] El lenguaje de la creación,
págs. 17 y 18, Academia Dominicana de la Lengua, 2019.
[1] Gramática castellana, Editorial Losada S.A, 24ª Edición, Argentina,
1967.
[1] La conferencia fue dictada en el llamado «Círculo Mercantil» de Málaga, España,
en la fecha arriba anotada.
[1] El lenguaje de la creación,
pág. 190
[1] Don Bruno Rosario
Candelier otorga los debidos créditos al intelectual mexicano Fredo Arias de la
Canal en la elaboración de la teoría de los arquetipos en el lenguaje poético.
Ha escrito: «Si Sigmund Freud descubrió el inconsciente
personal en la mente del hombre, que Carl Jung aplicó a la memoria cósmica
anidada en la conciencia y que denominó inconsciente colectivo, Fredo Arias
abordó el Protoidioma en la creación poética». (El protoidioma de la poesía, página en la red internet de la
Fundación Guzmán Ariza, 7 de abril de 2017, https://fundeu.do/protoidioma-la-poesia/)
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