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Portada segunda edición (2007) |
La hora llena
(poemas de amor, pasión, locura, redención y muerte)
LEOPOLDO MINAYA
©
Aviso 1: Leopoldo Minaya y sucesores, 2007, 2020.
Aviso 2: La presente edición ha sido revisada personalmente por el
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Crédito
portada: Pietà (escultura), Miguel Ángel Buonarroti, 1498-1499
Príncipe Editorial
Príncipe Editorial
ESTUDIO PRELIMINAR
EL SIMBOLISMO TRASCENDENTE EN LA
POESÍA DE
LEOPOLDO MINAYA
«Un corderillo solo
y herido entre los bosques…»
(Leopoldo Minaya)
Leopoldo Minaya es una de las voces más
genuinas de la poesía dominicana contemporánea. Autor de hermosos
poemarios y diversos textos de narrativa infantil y teatro, ha incursionado en
la lírica con una energía emotiva, espiritual y dramática, que hace de la
palabra una llama de amor y de la vida una fuente de hermosura, verdad y
trascendencia.
Cuanto los antiguos griegos reflexionaron sobre
la poesía, que llamaron poiesis, ´creación´, sabían que estaban
hablando del fenómeno productivo que, mediante el concurso de la palabra,
gestaba una forma alternativa de la realidad, canalizada en sentimientos
estéticos con su verdad y su belleza dentro.
Se trata de una realidad verbal que funda un
decir con un sentido hermoso y trascendente. El hacedor de versos sabe
testimoniar, en forma lírica y simbólica, lo que en la vida sucede, revelando
lo que ha impactado su sensibilidad o su conciencia y, en tal virtud, puede
recrear, con el lenguaje de las imágenes y la connotación de los símbolos, lo
que mana de su corazón, dando cuenta de las verdades poéticas que su intuición
atrapa. Igualmente puede reproducir la dimensión interna y mística de lo
viviente, expresada con el fulgor de la belleza en su faceta hermosa y amable
del Mundo.
Al fijar mi atención en la obra literaria de
Leopoldo Minaya, aprecio un trabajo creador con una calidad poética
representativa de la literatura dominicana contemporánea, por la belleza de su
forma y la hondura de su contenido.
Leopoldo Minaya llamó la atención con la
publicación de sus primeros poemas en los cuales pudimos apreciar la gestación
de una voz poética fresca y remozante. [i] El
presente estudio sobre su creación poética está centrado en La hora llena,
editado en 2007 en los Estados Unidos de América, donde actualmente reside el
poeta.
La poesía genuina constituye la expresión de
una visión lírica y estética de lo viviente. La visión poética se distingue
tanto de la visión científica, fundada en la certeza de una percepción objetiva
de lo real, como de la visión filosófica, basada en la reflexión sobre la
esencia de las cosas. La visión poética finca la certeza de su enunciado en una
intuición estética nutrida en lo real.
Desde luego, no siempre la expresión poética
cuenta con la calidad que postula el fenómeno lirico. Suele ser trivial la
poesía que describe la percepción de las cosas. La buena poesía recrea la
emoción y la verdad que la belleza produce en la sensibilidad. Y la poesía
superior expresa el encanto, el valor y el sentido simbólico y
trascendente que la belleza y el misterio despiertan en la conciencia. Esta
última es la creación de los grandes poetas que intuyen verdades profundas
expresadas con la emoción de lo viviente y la hondura de lo sublime.
En sus poemas, Leopoldo Minaya[ii] potencia
su caudalosa voz poética con el denso aliento creador y el entusiasmo fecundo
bajo la onda de espiritualidad y el acento emocional que la nostalgia de sus
versos concita. En su soneto Persistencia de la lluvia, el poeta
ausculta, bajo la frescura del agua, el sentido profundo que su sensibilidad
intuye y recrea:
Llueve. Llueve. Lo gris. La
transparencia.
Las casas amorradas. Los cristales
empañados. El frío en los metales.
El recuerdo del vicio y la apetencia.
Las casas amorradas. Los cristales
empañados. El frío en los metales.
El recuerdo del vicio y la apetencia.
Llueve. Llueve. Golpea con
insistencia
la gota en el tejado. Son rivales
acérrimos. Son manos y atabales
disputándose cetro y preeminencia.
la gota en el tejado. Son rivales
acérrimos. Son manos y atabales
disputándose cetro y preeminencia.
Otro ruido no llega. Otro sonido
diferente del sordo de la lluvia
no se acerca ni cuelga del oído.
diferente del sordo de la lluvia
no se acerca ni cuelga del oído.
Solo la lluvia hurgando la
vivencia...
Y un rum-rum interior. Solo la lluvia
horadando mi techo y mi conciencia.
Y un rum-rum interior. Solo la lluvia
horadando mi techo y mi conciencia.
Leopoldo Minaya es un poeta abierto al doble influjo de la tradición clásica y
moderna de la literatura. Su creación lírica revela la huella de los
poetas de nuestra lengua y de los creadores trascendentes de la literatura
universal. La poesía moderna, a veces complicada y oscura, otras veces profunda
y simbólica, perfila con inusitado aliento las gemas interiores de la
imaginación lírica de un creador, que en el caso de Leopoldo Minaya, manifiesta
lo que enaltece la condición humana. La creación poética de Leopoldo Minaya,
consustanciada con la energía mística de lo viviente, se nutre de la belleza de
la Creación y el encanto del Misterio.
La alforja lírica de este valioso creador dominicano, impregnada de los veneros
románticos, simbolistas e interioristas, potencia la facundia creadora de
su limpia inspiración. Clásico por instinto y moderno por formación, todo en él
se aúna para hacer de su creación el cauce de una visión interiorizada y
trascendente. Fluyen en las diversas creaciones de este hacedor de
belleza el acento del versículo bíblico, la huella de las jarchas mozárabes y
el aire sutil de una voz milenaria que flota en sus imágenes sonoras y
elocuentes. [iii]
Piensa bien Leopoldo Minaya al decir que a menudo no entendemos el misterio de
la vida, en la que vagamos como sombras errantes, aunque cumpliendo siempre un
reto, una meta y un destino. No olvidemos que cada uno es el artífice de su
peculiar derrotero. El concepto de karma, que en sánscrito
significa “acción”, es el resultado de cuanto hacemos, puesto que toda
acción provoca una reacción. Por eso, quien actúa bien, recibe recompensa y
quien procede mal, cosecha un castigo inexorable. Tanto el cielo como el
infierno se entienden desde esa perspectiva mística. Somos el resultado de lo
que hacemos y a menudo realizamos lo que sentimos interiormente. De modo que,
con ese razonamiento, cada uno hace a su modo y manera su vida, ya que la
felicidad es el resultado de la paz interior, indispensable para la dicha, la
armonía y el sosiego. Por supuesto, desde la poesía y la ficción es difícil
orientar, pero la literatura ayuda a entender muchos fenómenos de la realidad,
así como también permite asumir una apropiada exégesis literaria cuando ha sido
concebida y plasmada con intención edificante y luminosa. La poesía de Leopoldo
Minaya sugiere el alcance de su contenido que ilumina la vida interior y
esclarece el sentido de la existencia humana.
Desde la dulzura y la paz que manan de su corazón limpio y generoso, nuestro
poeta proyecta una energía creadora y un entusiasmo contagioso que hace de su
lírica un caudal de sensaciones entrañables, al tiempo que encauza el aliento
gozoso de su sensibilidad fecunda.
La vertiente espiritual
y afectiva del numen creador de Leopoldo Minaya recrea el acento de una voz que
tiene el eco del infinito. El tiempo, la muerte, la vida, el amor y la pasión
son los temas que impregnan su poesía de un aliento angustioso y nostálgico,
pero al mismo tiempo reflexivo y liberador, que se alterna con los
saludables influjos de importantes autores de la literatura universal,
entre los cuales hay que mencionar los nombres de san Juan de la Cruz, fray
Luis de León, Francisco de Quevedo, Jorge Luis Borges, Antonio Machado,
Federico García Lorca y Constantino Cavafis, entre tantos creadores clásicos y
contemporáneos.
Cuando en un arranque
de inspiración quevediana, el poeta expresa: “Quien escribe estos versos no
comprende/ que es polvo, que es humo, que es ceniza”, no está sino potenciando
una tradición ascético-poética que actualiza con su aire de aeda y visionario.
Su potencia poética fragua una virtualidad genesíaca con belleza
interior y hondura mística, conforme apreciamos en “Humo humanidad”, juego de
palabras que aluden al étimo de base (humus significa “polvo”, “lodo”,
“tierra”), pues del vocablo humo se forma la palabra humanidad, que alude al “barro
que piensa”, según el decir lírico de Minaya.
Hablo del humo y hablo de lo humano,
hablando, en cada caso, por lo
mismo:
la relación del pez sobre el abismo
se implica en la ecuación, si das la
mano.
Va de intento: Timón cavó la gruta,
pues Pluto pereció, y fue
humillado...
¿No es a Pluto a quien buscan en tu
prado?
Y perder a un amigo, ¿no te enluta?
Al cabo del vaivén, nada es
eterno...
¿Y podremos decirlo los poetas
o decirlo el pintor con su paleta?
No todo es material, algo es eterno,
espíritu-espiral, voluta-criba,
desmembramiento humano que
trasciende
siendo humo (no pesa y se comprende
su vocación de andarse siempre
arriba).
Leopoldo Minaya canta
lo que estremece su sensibilidad con una amorosa visión de lo viviente y una
actitud empática ante lo real en cordial sintonía con la esencia espiritual del
mundo. Ese modo de ser y proceder hace que el verbo poético, impregnado de una
irradiación profunda, entusiasme y atice el vuelo del espíritu.
Leopoldo Minaya no es
un poeta superficial ni aéreo, sino un hondo escrutador de lo que sucede en la
vida. Centra su atención en el discurrir de lo existente y cala el sentido
prístino de lo viviente. Su talento creador otorga al poeta interiorista el poder
de explayar en su poesía la dimensión usualmente imperceptible de lo real, al
tiempo que subraya con fino humor y sutil ingenio la vertiente metafísica de lo
viviente. Así en “Muerte” explora la razón del designio insondable que aniquila
el soplo de la vida:
— ¿Qué impulso de la luz no se
detiene
si lo ordena el vacío
de tus ojos?
Ante ti, como al soplo, me
prosterno.
Ante ti, como en vado, me
arremango...
Abruptas crepitaciones del carbón...
¡Oh, la piedra que cae más severa!
Ya deshecho el costado, ¿dónde anda
lo que vi, lo que amé, y lo que
fuera!
Leopoldo Minaya
desarrolló la intuición de atrapar la dimensión singular de lo viviente, quizá
el signo distintivo de los creadores auténticos, por lo cual sabe expresar, con
su voz genuina y elocuente, el impacto que las cosas producen en el alma. Su
voz lírica canaliza el vínculo entrañable que el hombre establece con el
mundo mediante la concatenación espiritual de lo existente. En “Círculo” al
poeta le espeluzna el sentido de la vida:
—Entonces el bronce rodó por la
pendiente,
desenredando voces estridentes o
apagadas.
En profusión formaron la noche de
los tímpanos,
una a una contaron historias
verdaderas.
Una tras otra, otra tras otra, otras
tras otras,
manifestáronse mientras duraba la caída.
Porque aquel que era el cuarto en
orden ascendente
o descendente, de los siete,
saltó por el abismo.
Su caída era lenta, interminable, y
en torno
de su alma giraban mordientes
serafines:
por millares hilaban el blanco de
sus ojos
y la música que ondeaba en libertad
era sacra.
Y saltó. Se lanzaba al abismo sin
fondo.
Y se dijo: “Acarreo lo bello y
verdadero”.
Y en un tramo del viaje que duró
largas noches
unió las dos puntas del cordón,
formó un círculo,
comprendió que su viaje tenía un
fin: el origen.
El poeta desentraña la
voz soterrada de las cosas o el rumor inefable de efluvios trascendentes. En su
empeño de aprehender el trasfondo de sí mismo, el otro yo que atisba el enigma
de lo Eterno, apuntala el testimonio lírico, estético y simbólico plasmado en
“Acto y señal”:
—Vago gris de huracán.
Garra
del pecho.
Alto día otoñal.
Violentas hojas.
Saludé cada árbol
que encontré por mi paso.
Estreché cada rama
en señal de amistad.
Franca
delectación,
sirvo
el añejo.
Soy la liebre incorpórea.
Aquí reposo.
Soy la cara que sale
del
espejo.
Soy yo mismo. Soy tú.
Y soy el
otro.
Los poetas están
conectados a la fuente genesíaca de lo viviente. Ese es el más hondo manadero
de la inspiración creadora al que acceden los poetas para hacer acopio de un
fecundo torrente en las veredas de la cantera infinita, bien mediante la
intuición de verdades profunda o mediante la recepción de revelaciones
trascendentes. Así le acontece a Leopoldo Minaya, que busca auscultar la
dimensión entrañable de fenómenos y cosas para testimoniar, con su voz fresca y
diáfana, la vertiente luminosa de lo que sucede en la vida. Nuestro poeta
canaliza en su poesía inspiraciones de orden divino en procura de la voz
universal, “Ínterin” perfila esa dimensión simbólica:
Intacto borrador no corregido.
Ni poema, tal vez.
No es tintero.
Ni sonajero.
Ni pez.
...Solo un agarrarme
del vacío,
tan solo un quedarme
sorprendido
al hallarme entre
el ANTES...
y el DESPUÉS,
medio absoluto, abstruso
abismo
entre el no ser
y el no ser,
como si parado en la punta
del regreso,
dijera: “Este es el haz,
éste el envés”.
Deudor de Rubén Darío,
Rainer María Rilke, Miguel de Unamuno, Jorge Luis Borges y Franklin Mieses
Burgos, nuestro creador encarna la potencia lírica del genio poético que sabe conectarse
a la memoria cósmica y a la sabiduría espiritual del universo en busca del
numen iluminador. La alta poesía es una interpretación estética y simbólica de
lo que acontece en la vida, expresada con emoción, belleza y verdad, mediante
el lenguaje de la imagen y la certeza de la conciencia.
Nuestro poeta tiene una
honda visión de lo existente. Toco comienza con la convicción de la fe en los
dones con que venimos a la vida para conocer y descifrar el Mundo, que está
lleno de símbolos. Somos símbolos y habitamos símbolos, decía Emerson, cuya
exégesis inquieta a Leopoldo Minaya con la clara conciencia de saber que hay un
derrotero final en la inextricable sombra que abruma y desconcierta. A esa
verdad irrebatible alude el poema “La piedra existencial”, espejo del tono
borgeano que alumbra la base primordial de lo existente:
No soy la piedra que mató a Goliat
—a matar no me enseña el
cristianismo—,
soy la piedra angular, soy basamento
bañado eternamente por un río.
Diversidad de piedras meteóricas,
alto y raro universo que respiro,
astros (lunas y soles y planetas)
que lucen, como dedos, sus anillos:
no soy la piedra de
discordia.
En vano
arrimóse Satán a mis oídos.
¿Piedra filosofal?
¡Nada tan bello!
¿Piedra de toque?
Duelo y esclavismo...
(Pero aquel que llegare hasta estas
letras,
piedra filosofal es en sí mismo
—piedra filosofal que frote piedra
filosofal dará... oro macizo—,
y si hiciese brillar este poema,
colocando la piedra de su espíritu,
afirmando o negando o descreyendo,
será dueño de ⅓ de sus
símbolos
...y en completa equidad, pues
corresponde
-cual tributo al ambiguo logaritmo
recargado en los hombros de los hombres-
otro tanto al azar
o a los designios.)
Cuando las cosas se ven
con los ojos del alma, se aprecia mejor su dimensión hermosa y cautivante. La
poesía que mana de un corazón enamorado, como el de Leopoldo Minaya, refleja un
encanto que subyuga y un fulgor que esplende mediante el requiebro de las
imágenes y el sortilegio de sus gemas interiores, simbólicas y deícticas, que
son las que encienden el espíritu con la llama de lo Eterno. Leopoldo Minaya
glorifica la intuición que acierta a fundar una creación que ni la misma muerte
podrá triturar, como sugiere en “La oda sagrada”:
Contamos
las historias, las edades,
porque
desembocamos en la luz,
porque
al compás de desiguales años
quisimos
ser caballos de más brío.
“Ser
o no ser”: dilema de existencia,
discursea
el hondón de los sentidos,
y
en profesión de fe y de los comienzos
nos
vamos, con franqueza, de las manos....
Pero
es así:
si piensa la materia
y
me interpela por tu voz el barro
nos
revelamos primordial progenie,
un
salpique de icor corre en tu mano.
Pero
es así.
Nosotros, tan anónimos,
tan
calladitos a mitad del prado,
por
una vez vencimos a la muerte...
¡Victoria
excepcional! ¡Gloria es nacernos
...que
el espíritu escupe eternidades!
El concepto de la donna agelicata, que idearon los antiguos
neoplatónicos para aludir a la mujer cuya belleza impregnaba de gracia sus
encantos, nos conecta a la llama de la fuente primordial, motivo y motor de la
creación de Leopoldo Minaya, cuya lírica recrea esa visión esplendorosa de la
gracia encarnada para orillar el venero intangible de lo Eterno. En su poema
“Medio de los sentidos” la mujer es el amanuense de la gracia y de las verdades
que por su mediación nos completa y nos redime, como se aprecia en sus versos
encendidos de la llama divina que encandila:
Ese pacto final entre
las luces
y
el ojo, el órgano impaciente,
raíz
del ver (¡el mundo, multitudes!),
¿de
qué vale?
Al fin nunca podemos
aprehender
el objeto, sólo luces
reflejadas.
Así
fijé en oír el Absoluto...
Llegó
hasta mí la Voz Fundamental
y
posóse en mis tímpanos malditos
no
aptos para oír su funeral.
La
razón me arrogué. ¿A qué escuchar invictos?
¿La
derrota a qué suena en tu cordal?
Pensé:
debo tocar, tocar, tocar, no puertas,
no
linos ni amatistas ni oropel,
sino
lo duro, lo blando, la textura,
principio
de un saber reconocer;
pero
¿cómo podré tocarte, luna,
infinito
gigante, orbe, granel
de
astros, nebulosas transparentes,
idea,
espíritu, esencia, Alto Saber?
Hay
una alternativa que se ofrece:
—¿Nunca
has tocado un cuerpo de mujer?
La poesía genuina y
auténtica, la que sale del corazón sensible a los encantos de la Creación,
logra la forma que encauza la gracia sutil y la llama que enciende el aura
incandescente mediante el rebol luminoso de la palabra creante para henchir el
verbo de entusiasmo y pureza, remedo radiante de las apelaciones entrañables.
En “Hijo pródigo”, Leopoldo Minaya quiere rehacer la relación fecunda del hijo
con el Padre mediante la energía que empata el alma y los afectos. Como el
relato bíblico, el poeta alude, simbólicamente, a la vuelta al manadero de la
fe en la trascendencia, destino que a todos nos apela:
—Corrí una vez al aire y me perdí en
el viento.
Toqué profundos páramos y timbres
sostenidos.
Pero he vuelto, Dador, y hoy heme
aquí en tus brazos
recibiendo tu amor a torrentes, a
ciegas...
¡Señálame! Tu dedo no acusa ni me
quema:
empuja mi costado para que libre
gire.
¡Acógeme, Hacedor, iguálame a los tuyos
y te diré del múltiple agradecer
infinito!
¿El cielo no tembló? Todo caía en
racimos.
Yo mismo rodé ciego, desolado, en
pedazos...
¡Acorázame: lléname del néctar de
tus rosas!
¡Húndeme en los abismos o a tu
altura levántame!
Hay una singular expresión
de amor en Leopoldo Minaya, que es la más clara señal de la ternura mística de
su sensibilidad trascendente. En “Retablo” aflora ese acordado
sentimiento que permite sentir con el otro, compenetrarse con la situación de
dolor o apremio de las criaturas, como lo revelan algunos poemas del poeta
interiorista cuando pone en ejecución la capacidad de sintonía de su
sensibilidad con el doliente corderillo que bala, desesperado, en su retablo,
que lo asume como símbolo de la inquietud humana cuando reclama piedad y
atención a sus cuitas y reclamos. En este hermoso poema la persona
lírica, sintiéndose abatida y sola, clama a la Divinidad, al tiempo que
ausculta una peculiar faceta de la vida encarnada en el pastor, que plasma en
una forma lírica enriquecida con ecos bíblicos y un acento entrañablemente
pastoril y cordialmente bucólico. En el siguiente poema, el sujeto lírico se
autodefine como “un corderillo solo y herido entre los bosques”, con lo cual ha
creado una de las imágenes más hermosas de la lírica dominicana.[iv]
Un
corderillo solo
y
herido entre los bosques...
Un
corderillo solo
(podrá crecer la hierba),
la
voz adolorida que clama entre sollozos:
“¡Regrésame,
Pastor, a tus rebaños! ¡Ámame!”
Noventa
y nueve tienes,
noventa y nueve balan.
Noventa
y nueve veces volverás en calma;
mas
el próximo giro no te será apacible...
¡y
yo esperando ardiente que tú me llames! ¡Llámame!
¿Cómo
podré, yo solo, cruzar los altos muros?
Mi
sino es perecer, perderme en la montaña...
¡Aborréceme
tú, que con aborrecerme
tu
espíritu de amor, me sentiré salvado!
...Todo
misericordia, me miras, me redimes,
y
yo lloro y me quedo, como un niño, en tus brazos...[v]
La ternura mística es
la más clara señal del ágape divino. Y es un brote de amor puro el que mana
de la sensibilidad herida de compasión y dulzura, según apreciamos en los
ardientes versos de Leopoldo Minaya.
La verdad es un
patrimonio de la conciencia en la que fundan su obra creadora los filósofos,
iluminados y poetas. La verdad poética, diferente de la verdad histórica
y de la verdad filosófica, es un producto de la intuición, fuente inspiradora
de la lírica trascendente. Leopoldo Minaya es el resultado de una corriente
estética y espiritual que se ha nutrido de grandes iluminados y estetas, como
William Wordsworth, William Blake, Charles Baudelaire, fray Luis de León,
Miguel de Unamuno, Antonio Machado, Federico García Lorca, Rubén Darío, Pablo
Neruda, Octavio Paz, Franklin Mieses Burgos, Manuel Rueda, Nelson Minaya y León
David, entre otros valiosos creadores de la literatura universal y la
literatura nacional. La suya es una poesía con los rasgos creativos de quien
tiene voz propia, tono peculiar y tropo distintivo.
Diez atributos perfilan
el quehacer poético de Leopoldo Minaya que, al tiempo que connotan la
peculiaridad de una creación, revelan, según mi estimación, la clave de una
lírica que permite sentir y disfrutar la emoción estética y la verdad poética
en su visión del Mundo. Esos atributos son los siguientes:
1-Virtualidad lírica mediante la
cual capta y expresa la dimensión singular, prístina y primordial de lo
viviente.
2-Poder de auscultación, desde una
triple perspectiva lúdica, irónica y crítica, la faceta sensible de fenómenos y
cosas para orillar el sentido estético, la connotación simbólica y la vertiente
mística de lo viviente.
3-Vision espiritual y estética del
Mundo a la que engarza una estrategia compositiva que integra lírica, narrativa
y drama para un propósito de atrapar, perfilar y expresar la dimensión
peculiar de lo viviente.
4- Integración a su visión lírica y
simbólica de la faceta descriptiva, musical y pictórica de lo existente, que
una sensibilidad abierta y porosa como la de este poeta interiorista percibe y
expresa con el valor sensorial y espiritual de su talante lírico.
5- Expresión de la dimensión
prístina de fenómenos, cosas y criaturas mediante la cual da a conocer la
faceta desconocida de lo existente.
6-Empleo de contrastes sonoros,
léxicos y semánticos de voces y expresiones en procura de la dimensión sensible
que resulta la faceta luminosa y edificante de las cosas.
7-Canalización, mediante el
pertinente lenguaje poético, de la reacción emocional, intelectual y espiritual
que las cosas producen en la sensibilidad y la conciencia.
8-Creación de una forma expresiva
fundada en elementos naturales con valor simbólico y sentido trascendente.
9-Valoración de la dimensión interna
y mística de lo viviente para exaltar la faceta permanente de las cosas.
10-Ternura mística entrañable como
expresión de una sensibilidad profunda, porosa a la belleza y el misterio para
establecer una cordial sintonía con las cosas, mediante el sentir que ilumina y
enamora.
En fin, la obra
poética de Leopoldo Minaya revela la huella de una ardiente sensibilidad cuyo
venero fecundo alienta una expresión lírica, estética y simbólica, rica en
hondura interior y auspiciosa de una cautivante belleza trascendente.
Bruno Rosario Candelier
Moca, 12 de agosto de 2008
[i] Leopoldo Minaya ha publicado Oscilación de péndulo
(1984), Preeminencia del tiempo (1993) y La hora llena (2007).
[ii] Oriundo de Nagua, República Dominicana, Leopoldo Minaya
nació en 1963. Se doctoró en Derecho y ejerce el magisterio en New York, donde
hace vida social y cultural.
[iii] Varios autores han escrito sobre la creación poética de
Leopoldo Minaya y todos subrayan el aporte estético de este valioso creador
dominicano.
[iv] Con su frase “Un corderillo solo y herido entre los
bosques”, Leopoldo Minaya creó una de las imágenes más hermosas que dan
cuenta de la condición humana, al tiempo que permite evocar la lírica de san
Juan de la Cruz y, desde luego, apuntala el sueño interior que toda
criatura fabula.
[v] Las ilustraciones poéticas de este estudio proceden
del poemario de Leopoldo Minaya, La hora llena, West Virginia, USA, Obsidiana
Press, 2007.
La hora llena
(poemas
de amor, pasión, locura, redención y muerte)
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