jueves, 4 de julio de 2019

LA HORA LLENA



Portada  segunda edición (2007)
Edición 2007











     
La hora llena
(poemas de amor, pasión, locura, redención y muerte)










                  LEOPOLDO MINAYA



















© Aviso 1: Leopoldo Minaya y sucesores, 2007, 2020.

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Crédito portada: Pietà (escultura), Miguel Ángel Buonarroti, 1498-1499
Príncipe Editorial








 
                         
          ESTUDIO PRELIMINAR

EL SIMBOLISMO TRASCENDENTE EN LA POESÍA DE
                             LEOPOLDO MINAYA



«Un corderillo solo
y herido entre los bosques…»
                    (Leopoldo Minaya)

   Leopoldo Minaya es una de las voces más genuinas de la poesía dominicana contemporánea.  Autor de hermosos poemarios y diversos textos de narrativa infantil y teatro, ha incursionado en la lírica con una energía  emotiva, espiritual y dramática, que hace de la palabra una llama de amor y de la vida una fuente de hermosura, verdad y trascendencia.

   Cuanto los antiguos griegos reflexionaron sobre la poesía, que llamaron poiesis,  ´creación´, sabían que estaban hablando del fenómeno productivo que, mediante el concurso de la palabra,  gestaba una forma alternativa de la realidad, canalizada en sentimientos estéticos con su verdad y su belleza dentro.

   Se trata de una realidad verbal que funda un decir con un sentido hermoso y trascendente.  El hacedor de versos sabe testimoniar, en forma lírica y simbólica, lo que en la vida sucede, revelando lo que ha impactado su sensibilidad o su conciencia y, en tal virtud, puede recrear, con el lenguaje de las imágenes y la connotación de los símbolos, lo que mana de su corazón, dando cuenta de las verdades poéticas que su intuición atrapa. Igualmente puede reproducir la dimensión interna y mística de lo viviente, expresada con el fulgor de la belleza en su faceta hermosa y amable del Mundo.

   Al fijar mi atención en la obra literaria de Leopoldo Minaya, aprecio un trabajo creador con una calidad poética representativa de la literatura dominicana contemporánea, por la belleza de su forma y la hondura de su contenido.

   Leopoldo Minaya llamó la atención con la publicación de sus primeros poemas en los cuales pudimos apreciar la gestación de una voz poética fresca y remozante. [i]  El presente estudio sobre su creación poética está centrado en La hora llena, editado en 2007 en los Estados Unidos de América, donde actualmente reside el poeta.

   La poesía genuina constituye la expresión de una visión lírica y estética de lo viviente. La visión poética se distingue tanto de la visión científica, fundada en la certeza de una percepción objetiva de lo real, como de la visión filosófica, basada en la reflexión sobre la esencia de las cosas. La visión poética finca la certeza de su enunciado en una intuición estética nutrida en lo real.

   Desde luego, no siempre la expresión poética cuenta con la calidad que postula el fenómeno lirico. Suele ser trivial la poesía que describe la percepción de las cosas. La buena poesía recrea la emoción y la verdad que la belleza produce en la sensibilidad. Y la poesía superior expresa el encanto, el valor y el sentido simbólico  y trascendente que la belleza y el misterio despiertan en la conciencia. Esta última es la creación de los grandes poetas que intuyen verdades profundas expresadas con la emoción de lo viviente y la hondura de lo sublime.

   En sus poemas, Leopoldo Minaya[ii] potencia su caudalosa voz poética con el denso aliento creador y el entusiasmo fecundo bajo la onda de espiritualidad y el acento emocional que la nostalgia de sus versos concita. En su soneto Persistencia de la lluvia, el poeta ausculta, bajo la frescura del agua, el sentido profundo que su sensibilidad intuye y recrea:

Llueve. Llueve. Lo gris. La transparencia.
Las casas amorradas. Los cristales
empañados. El frío en los metales.
El recuerdo del vicio y la apetencia.

Llueve. Llueve. Golpea con insistencia
la gota en el tejado. Son rivales
acérrimos. Son manos y atabales
disputándose cetro y preeminencia.

Otro ruido no llega. Otro sonido
diferente del sordo de la lluvia
no se acerca ni cuelga del oído.

Solo la lluvia hurgando la vivencia...
Y un rum-rum interior. Solo la lluvia
horadando mi techo y mi conciencia.


   Leopoldo Minaya es un poeta abierto al doble influjo de la tradición clásica y moderna de la literatura.  Su creación lírica revela la huella de los poetas de nuestra lengua y de los creadores trascendentes de la literatura universal. La poesía moderna, a veces complicada y oscura, otras veces profunda y simbólica, perfila con inusitado aliento las gemas interiores de la imaginación lírica de un creador, que en el caso de Leopoldo Minaya, manifiesta lo que enaltece la condición humana. La creación poética de Leopoldo Minaya, consustanciada con la energía mística de lo viviente, se nutre de la belleza de la Creación y el encanto del Misterio.

   La alforja lírica de este valioso creador dominicano, impregnada de los veneros románticos, simbolistas e interioristas, potencia la facundia  creadora de su limpia inspiración. Clásico por instinto y moderno por formación, todo en él se aúna para hacer de su creación el cauce de una visión interiorizada y trascendente. Fluyen en las diversas creaciones de este  hacedor de belleza el acento del versículo bíblico, la huella de las jarchas mozárabes y el aire sutil de una voz milenaria que flota en sus imágenes sonoras y elocuentes. [iii]

   Piensa bien Leopoldo Minaya al decir que a menudo no entendemos el misterio de la vida, en la que vagamos como sombras errantes, aunque cumpliendo siempre un reto, una meta y un destino. No olvidemos que cada uno es el artífice de su peculiar derrotero.  El concepto de karma, que en sánscrito significa  “acción”, es el resultado de cuanto hacemos, puesto que toda acción provoca una reacción. Por eso, quien actúa bien, recibe recompensa y quien procede mal, cosecha un castigo inexorable. Tanto el cielo como el infierno se entienden desde esa perspectiva mística. Somos el resultado de lo que hacemos y a menudo realizamos lo que sentimos interiormente. De modo que, con ese razonamiento, cada uno hace a su modo y manera su vida, ya que la felicidad es el resultado de la paz interior, indispensable para la dicha, la armonía y el sosiego. Por supuesto, desde la poesía y la ficción es difícil orientar, pero la literatura ayuda a entender muchos fenómenos de la realidad, así como también permite asumir una apropiada exégesis literaria cuando ha sido concebida y plasmada con intención edificante y luminosa. La poesía de Leopoldo Minaya sugiere el alcance de su contenido que ilumina la vida interior y esclarece el sentido de la existencia humana.

   Desde la dulzura y la paz que manan de su corazón limpio y generoso, nuestro poeta proyecta una energía creadora y un entusiasmo contagioso que hace de su lírica un caudal de sensaciones entrañables, al tiempo que encauza el aliento gozoso de su sensibilidad fecunda.

   La vertiente espiritual y afectiva del numen creador de Leopoldo Minaya recrea el acento de una voz que tiene el eco del infinito. El tiempo, la muerte, la vida, el amor y la pasión son los temas que impregnan su poesía de un aliento angustioso y nostálgico, pero al mismo tiempo reflexivo y liberador,  que se alterna con  los saludables influjos de importantes autores  de la literatura universal, entre los cuales hay que mencionar los nombres de san Juan de la Cruz, fray Luis de León, Francisco de Quevedo, Jorge Luis Borges, Antonio Machado, Federico García Lorca y Constantino Cavafis, entre tantos creadores clásicos y contemporáneos.

   Cuando en un arranque de inspiración quevediana, el poeta expresa: “Quien escribe estos versos no comprende/ que es polvo, que es humo, que es ceniza”, no está sino potenciando una tradición ascético-poética que actualiza con su aire de aeda y visionario. Su potencia poética fragua una virtualidad  genesíaca con  belleza interior y hondura mística, conforme apreciamos en “Humo humanidad”, juego de palabras que aluden al étimo de base (humus significa “polvo”, “lodo”, “tierra”), pues del vocablo humo se forma la palabra humanidad, que alude al “barro que piensa”, según el decir lírico de Minaya.

Hablo del humo y hablo de lo humano,
hablando, en cada caso, por lo mismo:
la relación del pez sobre el abismo
se implica en la ecuación, si das la mano.

Va de intento: Timón cavó la gruta,
pues Pluto pereció, y fue humillado...
¿No es a Pluto a quien buscan en tu prado?
Y perder a un amigo, ¿no te enluta?

Al cabo del vaivén, nada es eterno...
¿Y podremos decirlo los poetas
o decirlo el pintor con su paleta?

No todo es material, algo es eterno,
espíritu-espiral, voluta-criba,
desmembramiento humano que trasciende
siendo humo (no pesa y se comprende
su vocación de andarse siempre arriba).



   Leopoldo Minaya canta lo que estremece su sensibilidad con una amorosa visión de lo viviente y una actitud empática ante lo real en cordial sintonía con la esencia espiritual del mundo. Ese modo de ser y proceder hace que el verbo poético, impregnado de una irradiación profunda, entusiasme y atice el vuelo del espíritu.

   Leopoldo Minaya no es un poeta superficial ni aéreo, sino un hondo escrutador de lo que sucede en la vida. Centra su atención en el discurrir de lo existente y cala el sentido prístino de lo viviente. Su talento creador otorga al poeta interiorista el poder de explayar en su poesía la dimensión usualmente imperceptible de lo real, al tiempo que subraya con fino humor y sutil ingenio la vertiente metafísica de lo viviente. Así en “Muerte” explora la razón del designio insondable que aniquila el soplo de la vida:

— ¿Qué impulso de la luz no se detiene
si lo ordena el vacío
de tus ojos?

Ante ti, como al soplo, me prosterno.
Ante ti, como en vado, me arremango...

Abruptas crepitaciones del carbón...

¡Oh, la piedra que cae más severa!

Ya deshecho el costado, ¿dónde anda
lo que vi, lo que amé, y lo que fuera!


   Leopoldo Minaya desarrolló la intuición de atrapar la dimensión singular de lo viviente, quizá el signo distintivo de los creadores auténticos, por lo cual sabe expresar, con su voz genuina y elocuente, el impacto que las cosas producen en el alma. Su voz lírica canaliza el vínculo entrañable  que el hombre establece con el mundo mediante la concatenación espiritual de lo existente. En “Círculo” al poeta le espeluzna el sentido de la vida:


—Entonces el bronce rodó por la pendiente,
desenredando voces estridentes o apagadas.
En profusión formaron la noche de los tímpanos,
una a una contaron historias verdaderas.
Una tras otra, otra tras otra, otras tras otras,
manifestáronse mientras duraba la caída.

Porque aquel que era el cuarto en orden ascendente
o descendente, de  los siete, saltó por el abismo.
Su caída era lenta, interminable, y en torno
de su alma giraban mordientes serafines:
por millares hilaban el blanco de sus ojos
y la música que ondeaba en libertad era sacra.
Y saltó. Se lanzaba al abismo sin fondo.
Y se dijo: “Acarreo lo bello y verdadero”.

Y en un tramo del viaje que duró largas noches
unió las dos puntas del cordón, formó un círculo,
comprendió que su viaje tenía un fin: el origen.


   El poeta desentraña la voz soterrada de las cosas o el rumor inefable de efluvios trascendentes. En su empeño de aprehender el trasfondo de sí mismo, el otro yo que atisba el enigma de lo Eterno, apuntala el testimonio lírico, estético y simbólico plasmado en “Acto y señal”:



—Vago gris de huracán.
                      Garra del pecho.

Alto día otoñal.
                     Violentas hojas.

Saludé cada árbol
                     que encontré por mi paso.

Estreché cada rama
                     en señal de amistad.


Franca delectación,       
                           sirvo el añejo.

Soy la liebre incorpórea.
                           Aquí reposo.

Soy la cara que sale
                          del espejo.

Soy yo mismo. Soy tú.
                             Y soy el otro.


   Los poetas están conectados a la fuente genesíaca de lo viviente. Ese es el más hondo manadero de la inspiración creadora al que acceden los poetas para hacer acopio de un fecundo torrente en las veredas de la cantera infinita, bien mediante la intuición de verdades profunda o mediante la recepción de revelaciones trascendentes. Así le acontece a Leopoldo Minaya, que busca auscultar la dimensión entrañable de fenómenos y cosas para testimoniar, con su voz fresca y diáfana, la vertiente luminosa de lo que sucede en la vida. Nuestro poeta canaliza en su poesía inspiraciones de orden divino en procura de la voz universal, “Ínterin” perfila esa dimensión simbólica:


Intacto borrador no corregido.
Ni poema, tal vez.

No es tintero.

Ni sonajero.

Ni pez.

...Solo un agarrarme
del vacío,
tan solo un quedarme
sorprendido
al hallarme entre
el ANTES...
               y el DESPUÉS,

medio absoluto, abstruso
abismo
entre el no ser
                         y el no ser,
como si parado en la punta
del regreso,
dijera: “Este es el haz,
éste el envés”.


   Deudor de Rubén Darío, Rainer María Rilke, Miguel de Unamuno, Jorge Luis Borges y Franklin Mieses Burgos, nuestro creador encarna la potencia lírica del genio poético que sabe conectarse a la memoria cósmica y a la sabiduría espiritual del universo en busca del numen iluminador. La alta poesía es una interpretación estética y simbólica de lo que acontece en la vida, expresada con emoción, belleza y verdad, mediante el lenguaje de la imagen y la certeza de la conciencia.

   Nuestro poeta tiene una honda visión de lo existente. Toco comienza con la convicción de la fe en los dones con que venimos a la vida para conocer y descifrar el Mundo, que está lleno de símbolos. Somos símbolos y habitamos símbolos, decía Emerson, cuya exégesis inquieta a Leopoldo Minaya con la clara conciencia de saber que hay un derrotero final en la inextricable sombra que abruma y desconcierta. A esa verdad irrebatible alude el poema “La piedra existencial”, espejo del tono borgeano que alumbra la base primordial de lo existente:

No soy la piedra que mató a Goliat
—a matar no me enseña el cristianismo—,
soy la piedra angular, soy basamento
bañado eternamente por un río.

Diversidad de piedras meteóricas,
alto y raro universo que respiro,
astros (lunas y soles y planetas)
que lucen, como dedos, sus anillos:
no soy la piedra de discordia.       
                                               En vano
arrimóse Satán a mis oídos.
¿Piedra filosofal?
                             ¡Nada tan bello!
¿Piedra de toque?
                            Duelo y esclavismo...
             
(Pero aquel que llegare hasta estas letras,
piedra filosofal es en sí mismo
—piedra filosofal que frote piedra
filosofal dará... oro macizo—,

y si hiciese brillar este poema,
colocando la piedra de su espíritu,
afirmando o negando o descreyendo,
será dueño de ⅓ de sus símbolos

...y en completa equidad, pues corresponde
-cual tributo al ambiguo logaritmo
recargado en los hombros de los hombres-
otro tanto al azar
                    o a los designios.)


   Cuando las cosas se ven con los ojos del alma, se aprecia mejor su dimensión hermosa y cautivante. La poesía que mana de un corazón enamorado, como el de Leopoldo Minaya, refleja un encanto que subyuga y un fulgor que esplende mediante el requiebro de las imágenes y el sortilegio de sus gemas interiores, simbólicas y deícticas, que son las que encienden el espíritu con la llama de lo Eterno. Leopoldo Minaya glorifica la intuición que acierta a fundar una creación que ni la misma muerte podrá triturar, como sugiere en “La oda sagrada”:


Contamos las historias, las edades,
porque desembocamos en la luz,
porque al compás de desiguales años
quisimos ser caballos de más brío.

“Ser o no ser”: dilema de existencia,
discursea el hondón de los sentidos,
y en profesión de fe y de los comienzos
nos vamos, con franqueza, de las manos....

Pero es así:
                    si piensa la materia
y me interpela por tu voz el barro
nos revelamos primordial progenie,
un salpique de icor corre en tu mano.

Pero es así.
                Nosotros, tan anónimos,
tan calladitos a mitad del prado,
por una vez vencimos a la muerte...
¡Victoria excepcional! ¡Gloria es nacernos
...que el espíritu escupe eternidades!


   El concepto de la donna agelicata, que idearon los antiguos neoplatónicos para aludir a la mujer cuya belleza impregnaba de gracia sus encantos, nos conecta a la llama de la fuente primordial, motivo y motor de la creación de Leopoldo Minaya, cuya lírica recrea esa visión esplendorosa de la gracia encarnada para orillar el venero intangible de lo Eterno. En su poema “Medio de los sentidos” la mujer es el amanuense de la gracia y de las verdades que por su mediación nos completa y nos redime, como se aprecia en sus versos encendidos de la llama divina que encandila:


  Ese pacto final entre las luces
y el ojo, el órgano impaciente,
raíz del ver (¡el mundo, multitudes!),
¿de qué vale?
                     Al fin nunca podemos
aprehender el objeto, sólo luces
reflejadas.

Así fijé en oír el Absoluto...
Llegó hasta mí la Voz Fundamental
y posóse en mis tímpanos malditos
no aptos para oír su funeral.
La razón me arrogué. ¿A qué escuchar invictos?
¿La derrota a qué suena en tu cordal?

Pensé: debo tocar, tocar, tocar, no puertas,
no linos ni amatistas ni oropel,
sino lo duro, lo blando, la textura,
principio de un saber reconocer;
pero ¿cómo podré tocarte, luna,
infinito gigante, orbe, granel
de astros, nebulosas transparentes,
idea, espíritu, esencia, Alto Saber?

Hay una alternativa que se ofrece:
—¿Nunca has tocado un cuerpo de mujer?


   La poesía genuina y auténtica, la que sale del corazón sensible a los encantos de la Creación, logra la forma que encauza la gracia sutil y la llama que enciende el aura incandescente mediante el rebol luminoso de la palabra creante para henchir el verbo de entusiasmo y pureza, remedo radiante de las apelaciones entrañables. En “Hijo pródigo”, Leopoldo Minaya quiere rehacer la relación fecunda del hijo con el Padre mediante la energía que empata el alma y los afectos. Como el relato bíblico, el poeta alude, simbólicamente, a la vuelta al manadero de la fe en la trascendencia, destino que a todos nos apela:

—Corrí una vez al aire y me perdí en el viento.
Toqué profundos páramos y timbres sostenidos.
Pero he vuelto, Dador, y hoy heme aquí en tus brazos
recibiendo tu amor a torrentes, a ciegas...

¡Señálame! Tu dedo no acusa ni me quema:
empuja mi costado para que libre gire.
¡Acógeme, Hacedor, iguálame a los tuyos
y te diré del múltiple agradecer infinito!

¿El cielo no tembló? Todo caía en racimos.
Yo mismo rodé ciego, desolado, en pedazos...

¡Acorázame: lléname del néctar de tus rosas!
¡Húndeme en los abismos o a tu altura levántame!


   Hay una singular expresión de amor en Leopoldo Minaya, que es la más clara señal de la ternura mística de su sensibilidad trascendente. En  “Retablo” aflora ese acordado sentimiento que permite sentir con el otro, compenetrarse con la situación de dolor o apremio de las criaturas, como lo revelan algunos poemas del poeta interiorista cuando pone en ejecución la capacidad de sintonía de su sensibilidad con el doliente corderillo que bala, desesperado, en su retablo, que lo asume como símbolo de la inquietud humana cuando reclama piedad y atención a sus cuitas y reclamos. En este hermoso poema  la persona lírica, sintiéndose abatida y sola, clama a la Divinidad, al tiempo que ausculta una peculiar faceta de la vida encarnada en el pastor, que plasma en una forma lírica enriquecida con ecos bíblicos y un acento entrañablemente pastoril y cordialmente bucólico. En el siguiente poema, el sujeto lírico se autodefine como “un corderillo solo y herido entre los bosques”, con lo cual ha creado una de las imágenes más hermosas de la lírica dominicana.[iv]


Un corderillo solo
y herido entre los bosques...

Un corderillo solo
                         (podrá crecer la hierba),
la voz adolorida que clama entre sollozos:
“¡Regrésame, Pastor, a tus rebaños! ¡Ámame!”

Noventa y nueve tienes,
                         noventa y nueve balan.
Noventa y nueve veces volverás en calma;
mas el próximo giro no te será apacible...
¡y yo esperando ardiente que tú me llames! ¡Llámame!

¿Cómo podré, yo solo, cruzar los altos muros?
Mi sino es perecer, perderme en la montaña...
¡Aborréceme tú, que con aborrecerme
tu espíritu de amor, me sentiré salvado!
                                                         
...Todo misericordia, me miras, me redimes,
y yo lloro y me quedo, como un niño, en tus brazos...[v]


   La ternura mística es la más clara señal del ágape divino. Y es un brote de amor puro el que mana de  la sensibilidad herida de compasión y dulzura, según apreciamos en los ardientes versos de Leopoldo Minaya.

   La verdad es un patrimonio de la conciencia en la que fundan su obra creadora los filósofos, iluminados y poetas. La verdad  poética, diferente de la verdad histórica y de la verdad filosófica, es un producto de la intuición, fuente inspiradora de la lírica trascendente. Leopoldo Minaya es el resultado de una corriente estética y espiritual que se ha nutrido de grandes iluminados y estetas, como William Wordsworth, William Blake, Charles Baudelaire, fray Luis de León, Miguel de Unamuno, Antonio Machado, Federico García Lorca, Rubén Darío, Pablo Neruda, Octavio Paz, Franklin Mieses Burgos, Manuel Rueda, Nelson Minaya y León David, entre otros valiosos creadores de la literatura universal y la literatura nacional. La suya es una poesía con los rasgos creativos de quien tiene voz propia, tono peculiar y tropo distintivo.

   Diez atributos perfilan el quehacer poético de Leopoldo Minaya que, al tiempo que connotan la peculiaridad de una creación, revelan, según mi estimación, la clave de una lírica que permite sentir y disfrutar la emoción estética y la verdad poética en su visión del Mundo. Esos atributos son los siguientes:

1-Virtualidad lírica mediante la cual capta y expresa la dimensión singular, prístina y primordial de lo viviente.

2-Poder de auscultación, desde una triple perspectiva lúdica, irónica y crítica, la faceta sensible de fenómenos y cosas para orillar el sentido estético, la connotación simbólica y la vertiente mística de lo viviente.

3-Vision espiritual y estética del Mundo a la que engarza una estrategia compositiva que integra lírica, narrativa y drama  para un propósito de atrapar, perfilar y expresar la dimensión peculiar de lo viviente.

4- Integración a su visión lírica y simbólica de la faceta descriptiva, musical y pictórica de lo existente, que una sensibilidad abierta y porosa como la de este poeta interiorista percibe y expresa con el valor sensorial y espiritual de su talante lírico.

5- Expresión de la dimensión prístina de fenómenos, cosas y criaturas mediante la cual da a conocer la faceta desconocida de lo existente.

6-Empleo de contrastes sonoros, léxicos y semánticos de voces y expresiones en procura de la dimensión sensible que resulta la faceta luminosa y edificante de las cosas.

7-Canalización, mediante el pertinente lenguaje poético, de la reacción emocional, intelectual y espiritual que las cosas producen en la sensibilidad  y la conciencia.

8-Creación de una forma expresiva fundada en elementos naturales con valor simbólico y sentido trascendente.

9-Valoración de la dimensión interna y mística de lo viviente para exaltar la faceta permanente de las cosas.

10-Ternura mística entrañable como expresión de una sensibilidad profunda, porosa a la belleza y el misterio para establecer una cordial sintonía con las cosas, mediante el sentir que ilumina y enamora.

   En fin,  la obra poética de Leopoldo Minaya revela la huella de una ardiente sensibilidad cuyo venero fecundo alienta una expresión lírica, estética y simbólica, rica en hondura interior y auspiciosa de una cautivante belleza trascendente.

                                                                           Bruno Rosario Candelier
                                                                                        Moca, 12 de agosto de 2008







[i] Leopoldo Minaya ha publicado Oscilación de péndulo (1984), Preeminencia del tiempo (1993) y La hora llena (2007).
[ii] Oriundo de Nagua, República Dominicana, Leopoldo Minaya nació en 1963. Se doctoró en Derecho y ejerce el magisterio en New York, donde hace vida social y cultural.
[iii] Varios autores han escrito sobre la creación poética de Leopoldo Minaya y todos subrayan el aporte estético de este valioso creador dominicano.
[iv] Con su frase “Un corderillo solo y herido entre los bosques”, Leopoldo Minaya creó una de las imágenes más hermosas que dan cuenta de la condición humana, al tiempo que permite evocar la lírica de san Juan de la Cruz  y, desde luego, apuntala el sueño interior que  toda criatura fabula.
[v]  Las ilustraciones poéticas de este estudio proceden del poemario de Leopoldo Minaya, La hora llena, West Virginia, USA, Obsidiana Press, 2007. 























La hora llena
(poemas de amor, pasión, locura, redención y muerte)





























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