Por Leopoldo Minaya
Tanto como las palabras o las emociones –o el impetuoso incendio del espíritu-, la paciencia es ente primordial en la creación trascendente: la que queda en vigencia permanente y vence al tiempo. Permite al autor airearse, apreciar lo creado desde perspectivas múltiples, dar pinceladas correctoras si es preciso, «deshacer entuertos», enrumbarse pausadamente hacia el objetivo extrasensorial del Arte: la perfección.
La paciencia es oficio de sabios.
Ramón Gross labra en emotivo silencio imperturbable una obra poética que alcanza tinte propio entre el concierto de creadores de propensiones universales: voz grave, reflexiva, desafiante a veces… que mueve con perplejidad entre los precipicios paralelos del deseo y la muerte.
Demostrado queda al claror de la lectura: Frente al cadalso. No persigue Gross la gloria fácil e inmediata que se disuelve en destellos pasajeros. No es autor de poemas innumerables de quilates dudosos; antes bien, nos presenta una obra breve pero depurada, profunda, llamada a quedarse en la memoria de los hombres y de los amantes de la Poesía.
Frente al cadalso es descubrirse el hombre frente al hombre, el hombre frente a Dios… en condiciones de iguales, en las que ambos ponen a prueba el temple de sus naturalezas. Si el poeta es «un pequeño Dios», como afirmara Huidobro…. en la obra de Ramón Gross, Dios es un pequeño hombre al que se le reprocha su imperfección y de quien se duda de su alegada infalibilidad.
No obstante, el poeta no blasfema, creyente como lo es de los azares del designio, y respetuoso de los ordenamientos divinos: usa a sus anchas el privilegio sagrado de la inteligencia, de la racionalidad, de la reflexión, que por gracia y por mandato misericordioso le ha concedido su Creador, con lo que se libera pleno en la inmanente razón de los principios, se empapa de una olorosa santidad… y se revela de paso libre de pecado….
Y por eso limpiamente ha lanzado su primera piedra…